Análisis Internacional
La larga incertidumbre de España termina y empieza otra de cariz distinto. Las lágrimas de Pedro Sánchez son el epílogo de una historia que empezó con la sonrisa y la esperanza de la renovación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), su candidatura fallida a la presidencia del Gobierno y la renuncia a su curul en el Congreso de los Diputados.
El tiempo de crisis con que se precipitó al final del gobierno de Rodríguez Zapatero alumbró un nuevo líder: Pedro Sánchez, joven, inteligente, audaz y con carisma irrumpió y parecía que llegaría al más alto sitial.
La crisis que casi hunde a España, que precipitó a la desazón al gobierno del Partido Popular y destapó escándalos de corrupción, también puso un alto al sistema bipartidista que había procurado la alternabilidad en el poder de socialistas y populares.
Del desempleo y el derrumbe de la economía surgieron los indignados. Protestas en las calles que no se canalizaban y que de algún modo fueron el caldo de cultivo para la izquierda populista de Podemos y la derecha renovada y juvenil de Ciudadanos.
El resultado: la ingobernabilidad. En vez de dos grandes partidos quedaron cuatro fuerzas de tono medio y luego de una ligera recuperación económica de la que muchos aun desconfían llegó la hora del recambio.
En diciembre las elecciones mostraron un mapa político dividido. Ganaba el Partido Popular pero no le alcanzaba. Sánchez negaba a Rajoy el pan y la sal. El PSOE buscó, como segunda fuerza, formar gobierno y tampoco pudo. Llegaron las elecciones de junio y los pescadores a río revuelto de Podemos tuvieron su primer tropezón. La sociedad vio las orejas del lobo del populismo y atenuó su entusiasmo por la nueva fuerza que, de todos modos, es representativa.
A punto de ir de nuevo a otras elecciones, la investidura de Rajoy llega, como dice el periodista Pedro J. Ramírez: “Rajoy sucederá a Rajoy tras la interinidad de Rajoy”. Una gobernabilidad frágil y un futuro de puntillas entre pactos puntuales. Es lo que hay.