De esos hay bastantes, como también hay muchos “comediantes ingleses”, aunque parecen ignorarlo quienes lo saben todo en este país. Esto, desde luego, no tiene mayor importancia. Pero si es relevante, en cambio, que sepamos que el humor cumple un papel social fundamental.
Quizá sería mucho pedir a quienes no creen que es así, que lean a Don Quijote, porque la lectura de dos tomos de buen castellano está sobre sus posibilidades. Pero si podrían poner a sus contratados a revisar, por ejemplo, lo que representan los comediantes ingleses.
En el medio británico, el humor es importante y respetado. Los humoristas no tienen ley con nadie y ejercen una saludable crítica social y política. Basta ver al grupo Carry On, a Benny Hill, a Mr. Bean, a Stephen Fry, a Monty Phyton, mundialmente famosos. La mejor película de este último grupo, que es una parodia de la vida de Cristo, se considera una obra de arte de la crítica social.
Muchos “payasos gringos” no solo han dirigido su acción humorística a sus propios gobiernos y sociedades. Han arremetido también contra figuras mundiales, especialmente los déspotas y depredadores. ¿No fue un “payaso gringo”, que por cierto era “comediante inglés”, quien protagonizó la película ‘El Gran Dictador’?
Charles Chaplin sufrió una feroz campaña de los nazis en su contra por haberse burlado de Hitler. Y luego fue acusado de comunista y perseguido por el macartismo, a tal punto que debió abandonar Estados Unidos.
Pero no nos vayamos lejos. En nuestro país, el más grande actor nacional, Ernesto Albán Mosquera, fue un humorista que encarnó al célebre don Evaristo Corral y Chancleta, cuyas “estampas quiteñas” criticaban la política y el poder. Le decían “conspirador”, “insolente” y también “payaso”. Pero Ernesto Albán era un “payaso” a quien todos tomaban en serio. Fue un implacable acusador de lo que llaman “partidocracia”. Una de sus estampas era más peligrosa para los gobernantes que
un juicio político en la Legislatura.
Los humoristas son cosa seria. Los perseguidores de Bonil deberían saber que el humor expresa a la sociedad y sus más radicales realidades, a veces mucho mejor que las encuestas y las consultorías de técnicos extranjeros, pagadas con plata pública cada vez más escasa.
Los mandaderos del gobierno que lo acusan de un delito, a pretexto de una inexistente actitud racista, deberían ser menos complacientes con el poder y tratar de que las personas que pretenden defender no se escuden en una supuesta persecución y aprendan a leer y escribir para no hacer un papelón.
A los ecuatorianos pueden gustarnos o no los “payasos gringos”. Pero todos deberíamos preocuparnos de que se considere al humor un delito y de que los costosos mecanismos de comunicación del gobernante con la ciudadanía resulten, al fin, ser cuestión de payasos.