Muchos de ustedes no habrán escuchado la expresión “hacer el pavo”, debo reconocer que tampoco yo, hasta hace unas semanas que me explicaron lo que significa. Simplificando, es dar de beber alcohol a una persona hasta llevarle a la embriaguez y aprovechar esa condición para tener o tratar de mantener algún tipo de contacto sexual. Una acción deliberada para aprovechar la poca -o ninguna- claridad para decidir, y dar explícitamente el consentimiento, por el exceso de alcohol.
Aclaro, no importa si ese consumo ha sido inducido o no con el fin de mantener relaciones sexuales, el estado de embriaguez transforma esos contactos en abuso. El estado de inconsciencia podría ser resultado de cualquier otra substancia, que a sabiendas o no, alguien haya consumido. Muchas personas creen que únicamente existe una agresión sexual si la substancia se ha suministrado sin conocimiento, sin embargo el abuso se produce cuando la relación se mantiene con alguien que ha perdido sus facultades o estas se han inhibido al punto de sufrir una apreciable disminución en la capacidad para tomar decisiones, como lo sostiene la jurisprudencia en varios países.
En esto de ‘hacer el pavo’ es irrelevante si la persona ebria haya coqueteado o flirteado previamente, incluso es irrelevante si son una pareja -temporal o permanente-, la falta de voluntad, producto del consumo de alcohol, impide que se pueda afirmar que existe una relación consentida.
La información disponible confirma que la mayoría de víctimas son mujeres (8 de cada 10 casos), muchas de ella ni siquiera llegan a identificar lo sucedido como una agresión o simplemente no las denuncian por la terribles consecuencias para sus vidas. Culpabilizadas, señaladas, desprotegidas debido a los estereotipos que existen sobre estos delitos, que en la literatura especializada se conocen como ‘mitos de la violación’ que trasladan todo el peso de la culpa a quien sufrió el abuso y sirven para justificar la violencia sexual. Son comunes los comentarios que apuntan a culparla: era promiscua, tenía una reputación dudosa, vestía de manera provocativa, siempre se emborracha, si fue sola a la casa de un hombre es porque quería tener sexo con él. En fin, la lista de afirmaciones para justificar y naturalizar la violencia es bastante larga.
La sexualidad depende absolutamente de la libertad para optar, implica autonomía, experiencia, madurez y conciencia para tomar decisiones. Esto se suele perder de vista y se resta importancia a ciertos comportamientos que son asumidos por muchos como “normales”, como emborrachar a una mujer y aprovecharse de la situación. Un primer paso es enfrentar estas situaciones de forma decidida, en el lugar que se presenten, no pueden ser tolerados, como tampoco a quienes los justifican, aceptan o encubren, volviendo evidente cierto desprecio a una dimensión de la dignidad y libertad humana que es la posibilidad de decidir libremente en toda circunstancia.