De mi etapa de estudiante en la Universidad Central no puedo olvidar a los maestros que tuve, especialmente aquellos cuyas clases se extendían más allá de la hora normal por causa del interés que despertaban sus enseñanzas. En la Escuela de Sociología imposible olvidar a Rafael Quintero, luego, en la entonces Escuela de Ciencias de la Información, la nómina era más amplia.
Maestros como José Félix Silva, Patricio Moncayo, la antropóloga Piedad Peñaherrera de Costales, Luis Eladio Proaño, Marco Villarroel, el semiólogo Iván Oñate o el célebre licenciado Merino. De todos quisiera extenderme en mis recuerdos; hoy solamente me voy a referir a Patricio Quevedo Terán porque falleció la semana pasada, después de aguantar varios años de una enfermedad que lo limitó físicamente, pero que no impidió que se mantenga lúcido hasta el último artículo que escribió en este Diario y que se publicó al día siguiente de su fallecimiento.
El cargo más alto que ocupó Patricio fue secretario general de la Administración, una responsabilidad enorme porque de su desempeño, cumplimiento o eficiencia depende en gran parte el funcionamiento del Estado. Pese a que a estas alturas las ideologías no deberían ser un motivo para confrontaciones, definitivamente, a Patricio se lo podía ubicar como una persona conservadora y de centro.
En los debates universitarios fue siempre muy respetuoso de las ideas que no eran suyas, especialmente en una época de enorme efervescencia política, de luchas incluso violentas, de bastante intolerancia. El maestro tenía paciencia para canalizar los debates. Tal vez entre sus habilidades destacaron las de moderador de debates, foros, asambleas. Admiré su capacidad de síntesis sobre todos los temas que se trataban y sin siquiera recurrir a anotaciones, lo cual denotaba, además, una memoria e inteligencia superlativas.
La teoría de la comunicación la dominaba a la perfección. Fue un gran comentarista en Teleamazonas sobre temas de política internacional. El conocimiento de la historia universal era otra de sus fortalezas y sus clases en la Universidad Central despertaban un enorme interés. Patricio escribió en el diario El Tiempo, comentaba en la televisión, estaba más ligado a la práctica profesional del periodismo que otros profesores.
Precisamente, en su último artículo publicado post mórtem se refería con gran lucidez a la etapa de transición que vivió España tras la muerte del caudillo Francisco Franco y el liderazgo que debió asumir Adolfo Suárez, quien también murió hace pocos días. ‘Centro centralísimo’ fue el título de su último artículo. Quevedo reivindicaba, con su prolija pluma, los mayores homenajes para Suárez por su papel a favor del golpeado pueblo español después de un poco más de tres décadas bajo el dominio del ‘generalísimo’, un tirano que fue enemigo de los derechos humanos.