Todavía no me acostumbro a la palabra patria y, lo tengo que aceptar, no entiendo claramente su concepto. ¿Es la patria el país de uno o el lugar de nacimiento de los padres? ¿Es la patria el Estado o el Gobierno? ¿Puede ser la patria prerrogativa de quienes ejerzan el poder? ¿Equivale la patria a mirarse al ombligo? Me asusta el concepto de patria como divisor de aguas, como una especie de alambre de púas o de muralla de demarcación entre facciones. ¿Son patriotas únicamente los que se adhieren por conveniencia al sistema y al momento político adecuado? ¿Son patriotas exclusivamente los que repiten de forma incansable el catecismo político oficial y no cuestionan nada de lo evidente? Y, por elemental lógica contraria, ¿son antipatriotas (o antipatrias, o como usted quiera llamarlos) los que reniegan del período político, los que se atreven a alzar la cabeza y aquellos que tienen una opinión independiente? Así, pues, la patria como medida de lealtad. La patria como termómetro de apego político. La patria como medidor de incondicionalidades. La patria como artefacto evaluador de los dóciles acatamientos. La patria como modo de tachar al enemigo, de degradar sus posiciones, de eliminarlo del tablero de juego.
Me da escalofríos la idea de la patria como monopolio del poder. Si la patria es el feudo de quienes ocupen el poder temporalmente (todo poder es de cierto modo efímero) la patria se convierte casi en un activo personal e intransferible. Así, nos debe horripilar el uso de la patria como sinónimo de lo unilateral, de lo irrefutable, de la incapacidad de preguntar o de exigir cuentas, de deliberar con libertad y sin temor a represalias. La patria como sinónimo del Estado. La patria como semejanza a la privatización de la República. La patria como un recurso más de algún partido político estacional. La patria como lema de campaña o como muletilla en época -constante e insistente- de elecciones de resultados cantados.
Me incomoda la imagen de la patria como analogía del siempre negativo nacionalismo, como una forma de pasión ciega por un pedazo de tierra. No me conformo con la patria como vehículo para el aislamiento, como mecánica para incomunicarse con el mundo, como venda que tape apretadamente los ojos. Ni me conformo con la patria como forma de creerse el centro del universo, de pensar que las galaxias revolotean alrededor de uno, de creer a pie juntillas que la tierra acaba donde terminan las fronteras de los países. Me inquieta la noción de patria a modo de intransigencia, de fanatismo, de segregación. Por último, me pone nervioso la posibilidad de la patria como amurallamiento, la patria a modo de ofuscación, la patria como excusa para renegar del tan necesario cosmopolitanismo, como argumento para encerrarnos dentro de nuestros límites y para enterrar la cabeza en la arena.