Solemos tomar las decisiones más importantes de nuestra vida personal con base en las emociones y no en las razones. Así actuamos también frente a asuntos como los comicios presidenciales, lo cual permite que esta hora se convierta en la de los oportunistas, en la de los que no tienen nada que perder y mucho que ganar.
El momento se caracteriza por una gran dispersión que afectará incluso a la próxima Asamblea. En ese sentido, las cuentas de los osados, de los que vuelven a emocionarnos con superproducciones para lucrar de nuestro segundo himno -‘Patria, tierra sagrada’- son simples: medir entre seis precandidatos al mejor puntuado, usar la voz en ‘off’ del prófugo mayor y dejar que los émulos de Goebbels hagan el resto. Plata es lo que hay.
Después de calentar el ambiente -no hay espacio para sentirse culpable, ofrecer disculpas por los latrocinios y los proyectos inservibles, por la deuda y el gasto excesivos-, solo queda poner toda la carne en el asador. Quienes han estado dispersos y en silencio después de creerse dioses sienten que hay una oportunidad, mientras los crédulos que ponen los votos solo esperan, como siempre.
Con tales anuncios también algunos magistrados se sienten un poco más relajados. Vemos que se cumple cronométricamente el plan para dejar atrás las limitadas sanciones por el caso Odebrecht, y seguimos con atención los pasos de la recusación planteada por los sentenciados en segunda instancia por el caso Sobornos, con Correa a la cabeza.
Otro escenario donde se siente la repercusión es el Consejo Electoral. Se ha creado un galimatías sobre la participación de varios movimientos, y la decisión de un juez ha alentado entre los exgobernantes la ilusión de que el redentor puede inscribirse como candidato de modo no presencial. Vamos a ver.
Este recuento nos obliga a volver a los años en que la economía empezó a fallar y los revolucionarios decidieron declararse arrepentidos de haber polarizado al país. Era el momento de fingir que bajaban la guardia para ganar tiempo, ausentarse mientras les cubrían las espaldas y volver en el 2021 como héroes. Ahora van al todo por el todo.
Pero en el supuesto no consentido de que esto ocurra, las cosas no van a ser fáciles: no hay plata para comprar poder y para jugar con la esperanza, y una buena parte de la población no va a permitir que vuelvan a ponerle la bota en la cara, que el círculo de poder no rinda cuentas y se enriquezca, que le digan lo que puede hacer o no. Que se veje a quien piense diferente y se cosifique a las mujeres.
En estos días honramos el afán libertario de los héroes del 10 de agosto de 1809, silenciado un año después pero que sobrevivió. Que los enfermos de poder dejen de jugar con fuego y ya no vuelvan a usurpar canciones de alto sentido cívico aunque les sea útil. Ellos solo merecen entonar ‘Patria, tierra sangrada’.