El patán que llevamos dentro

El “patán de barrio”, entre otras gracias, desparramaba egolatría e insolencia. Se creía el más guapo e inteligente. Machista y arribista. Era el vivísimo que con cualquier mentira o zapada, se salía con la suya. Longueba a todos y siempre tenía la razón. Amagaba trompearse con quien le refutaba, aunque, finalmente su lengua era el mejor instrumento de combate.

Pero el patán de barrio, era producto del mismo barrio. De la ausencia de organización y sentido colectivo. Surgía así ese líder de los violentos y “vivísimos”, que le rodeaban para obtener poder.

Diez años estuvimos gobernados por un patán de barrio. Y lo peor es que nos acostumbramos a él. Por un buen tiempo a la mayoría les encantaba que el “presi” ponga apodos, insulte a media humanidad o se burle de los “defectos” físicos o intelectuales, de rivales ficticios o reales, sea mujer, viejo, periodista, estudiante o profesor. La palabra preferida era “mediocre”, para hacernos pensar de paso en su inteligencia. Sacó a flote lo peor de todos. Extrajo y desarrolló una parte de nuestra vieja y colonial cultura patriarcal.

Pero el patán y sus traumas no hubieran crecido, si muchos y sobre todo, muchas mujeres, del círculo íntimo, no le hubieran dado tanta piola. Los peores fueron los que se rotularon “revolucionarios”, y, de manera patética las “feministas”, que al final revelaron su matriz sumisa y machista. Cayeron seducidas por el patán-mesías, que además adornaba su imagen, con los millones del petróleo repartidos alegremente. Entonces, a medida que avanzaba la concentración de poder, el grupo “revolucionario” se transformó en Corte, compuesta de seres vaciados de sus supuestos altos ideales, transformados en mutantes enfebrecidos por el poder y el dinero entregados por el caudillo.

Ahora, el patán-mesías está cuesta abajo en su rodada. Pero las ideas y prácticas que inoculó en sus círculos y en mucha gente del común están intactas. Para muestra, una de ellas: la “zapada”. Un ejemplo de los últimos días: ¿A quién se le ocurre “tomar el pelo” al gobierno inglés, entregando la ciudadanía ecuatoriana y otorgando un cargo diplomático al señor Assange , para deje de ser exiliado, se transforme en diplomático ecuatoriano y salga campante por las calles de Londres?

Esta “genialidad” solo se les puede ocurrir a quienes, debido al descomunal poder subido a la cabeza en 10 años de correato, perdió la dimensión de la realidad, y que por tal razón, cree pasar gato por liebre, aquí o en Londres, sin que nadie se dé cuenta. Pero, lo más preocupante es que no se dan cuenta y creen tener la razón. Y más alarmante aún es que millones de ecuatorianos no se inmuten con este episodio tragicómico que ha jugado con algo tan serio como la nacionalidad ecuatoriana. Así, el patán que tenemos dentro nos seguirá dominando.

mluna@elcomercio.org

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