Pasionaria

¿Por qué leo tanto?, se preguntó. No era una pregunta retórica sino una duda honesta que le asaltaba cada vez que pasaba horas y horas examinando, una tras otra, cientos de páginas con relatos ficticios, ensayos o información que le interesaba conocer (y que, a veces, después olvidaba por completo').

En vez de estar aquí, sosteniendo este libro, pudiera estar con mi familia o con mis amigos, se decía a sí mismo. Pero la tentación de continuar pegado al texto siempre resultaba más grande que su instinto gregario. Así que no le quedaba más remedio que encogerse de hombros y seguir leyendo.

La explicación más convincente de su adicción a la lectura la encontró, hace ocho años, en el pasaje de una carta que Dante escribió a un cura, allá por 1316. El autor de la ‘Divina Comedia’ explicaba que las palabras tienen dos sentidos: uno literal y otro alegórico. Esto permite -explicó el poeta florentino- que las personas hagan lecturas diferentes de un mismo texto y que esas distintas interpretaciones les conduzca a un mejor conocimiento de sí mismas.

Aquella reflexión le trajo a la memoria este célebre microcuento de Augusto Monterroso: “Cuando despertó el dinosaurio todavía seguía allí”. ¿Quién es el dinosaurio? ¿Un gigante prehistórico; un gato mimoso bautizado con ese nombre; un viejo horripilante apodado de esa manera? ¿Quién se despertó? ¿Lorena, la mujer que habita sus sueños; un bebé regordete de 7 meses; un hirsuto hombre de las cavernas? ¿Por qué no se ha ido el dinosaurio? ¿Espera a alguien, vive allí o no puede moverse? La historia que cada lector construya hablará sobre su estado de ánimo y sobre sus anhelos; el texto de Monterroso servirá para que el lector conozca mejor su circunstancia.

Tras años de leer libros y reflexionar sobre ellos también ha concluido que la lectura no nos hace necesariamente mejores personas, pero sí nos acerca a la esencia de lo humano. Emocionarse, por ejemplo, con ‘Cumbres Borrascosas’, una novela escrita hace 150 años por alguien que vivió en una sociedad completamente distinta a la actual muestra, de manera concluyente, que las personas tenemos un sustrato común que trasciende el tiempo y el espacio.

Leer es entonces una actividad esencialmente humana que nos distingue del resto de seres vivos y que nos conecta con nuestros congéneres y con nosotros mismos, se dijo mientras abría nuevamente su libro.

Bien arrellanado en un sofá retomó su lectura en la página 40 de ‘Grandes emociones y pensamientos imperfectos’, una novela de Rubem Fonseca que habla sobre los sueños -violentos, dulces, premonitorios e indescifrables- de los hombres.

Leo tanto porque así soy feliz, pensó con un dejo de satisfacción.

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