El poder sin pasión

Alguien dijo que "la ley es el poder sin pasión", es decir, la potestad pública racional, objetiva, derivada de los valores y de las necesidades sociales, expedida por órgano competente y realista, para que sea eficaz. La Ley es el mandato, la prohibición o la permisión escritos por gente sabia, por legisladores ponderados y administrada por jueces imparciales y probos. La ley fue uno de los inventos de la civilización para ponerle coto al poder, eliminar la discrecionalidad, distinguir el pecado del delito, y expresar los derechos con los que cada persona viene al mundo.

La ley es tema indispensable, pero difícil. Es el alero que nos protege de los aguaceros de la arbitrariedad, es el argumento de la gente desvalida, la garantía de las libertades y el aval de la propiedad. La ley, constitutiva del Estado de Derecho moderno, fue el gran descubrimiento de los liberales, de los laicos, de quienes creen que la ética de la democracia es la tolerancia. La ley es lo único que legitima la actuación del juez y del gobernante, es lo que dota de dignidad al ejercicio del poder político. Por todo eso es preciso que las normas contengan encapsulada la cultura jurídica, los valores, los principios.

Frente a tan compleja realidad, surgen las incómodas preguntas: ¿quién debe legislar? ¿ El legislador debe tener condiciones académicas, culturales, profesionales o solo compromisos políticas? ¿Debe ser un agente político, un ejecutor de órdenes, un fanático; o debe ser un jurista, un ser independiente, un intérprete inteligente de la realidad? ¿La ley puede ser la expresión de una consigna política, de un mandato partidista o del sentir y del querer de la comunidad? ¿Si se legisla, tienen cabida las ideas, las tesis, los valores por los que militan las minorías, o la ley debe ser la pura, dura y excluyente expresión de una coyuntural mayoría parlamentaria? Esta preguntas tienen difíciles respuestas, difíciles porque muchas de ellas caen en lo que en lo se llama lo "políticamente incorrecto", es decir, en aquello que rompe los cánones de lo admitido por este sistema de silencios, eufemismos, simplificaciones y proclamas en que se ha convertido lo que llamamos democracia.

"La ley es el poder sin pasión". Sin embargo, y por contraste, en nuestro tiempo, la ley parece ser la expresión de la pasión política, de la efervescencia, del discurso, del poder excluyente del voto. Ahora, la ley es fundamentalmente una orden y un capítulo instrumental del "proyecto". Los espacios de permisión, en los que la gente puede elegir entre hacer y no hacer, se van borrando de a poco. Esto se ve en la invasión del Derecho Público a casi todos los ordenes de la vida, y en la paralela decadencia del Derecho Privado. Y esto se expresa en el artículo primero de la Constitución de Montecristi, que expropió los derechos individuales y los transformó en atributos del Estado.

Suplementos digitales