Una montaña en cenizas y paisajes desoladores; duele la punzada de anuncio de desgracia. Cómo explicar más de 2000 incendios en Quito y 2500 en el país, en tres meses, generalmente provocados, miles y miles de hectáreas de bosques destruidos; años para recuperarlos. ¿Qué es esta “irracionalidad” que un biólogo llamó ecocidio? ¿Es protesta, tensión incontrolable, dinámica suicida, castigo, simple irresponsabilidad, criminalidad?
Es una catástrofe colectiva, una pérdida de límites y valores. Los rumores de desastre e inseguridad crecen. Los shuar con sus decapitados; esos castigos comunales o barriales casi sádicos; esas crecientes agresiones que hieren o matan (tal la reciente en Cuenca); antes no pasaba de recriminaciones, disputas o puñetes.
No hace mucho la autoridad dejó de ser –no el prototipo del mandamás, sino la entidad que por sus programas, presencia y funciones garantiza la convivencia-. Aquella fue el Estado. Pero se lo destruyó a pesar que contribuyó a organizar la sociedad cuando desaparecía la hacienda, la cual antes organizaba la sociedad. En los países vecinos, destruir la hacienda sin transición a un sistema viable, llevó al caos. No fue así en Ecuador gracias a los programas estatales y las organizaciones que integraban a la gente, daban sentido y esperanza a la vida. Gracias a éstas la protesta indígena no fue violenta y lograron incluirse en la vida política, sin muertes.
Ahora, a estas organizaciones se les desarticula en beneficio del poder político omnipresente. ¿Puede éste remplazar todo lo anterior? El gran hermano con una sociedad maleable que no necesita de intermediarios como las organizaciones sociales o los partidos, u otra ideología que la racionalizada por la burocracia o algún cerebro omnividente, satura y hace de la irracionalidad parte del sistema.
La polarización ha crecido tanto; ya varios buscan un ciego desahogo (tal los enfrentamientos en el juicio a El Universo). También, la inseguridad omnipresente lleva a “irracionalidades”, sin más sale el belicoso animal que está adentro. Caen los normas del convivir, gana la animosidad o el encierro entre muros y en los adentros. Paralelamente muchos creen que hay esperanza para otro Ecuador. Son los dilemas del Ecuador actual. No todo es obscuro. ¿O acaso la esperanza fue tan alimentada que ahora le gana el desengaño? ¿Eso que parecía simple y que todo se podía, la voluntad extremada, ha perdido su magia? ¿O el discurso contra los pudientes ha pegado y por eso los incendios en barrios residenciales? ¿O se amenaza a la autoridad; es juego con la muerte, sacarse el clavo? ¿El sistema sofoca ya, el del discurso público o el de las vivencias diarias?
La desgracia se vuelve simple hecho frente al cual ya no se está al acecho sino a la espera. ¿Qué nos está pasando para autodestruirnos sin crear causa para contrarrestarlo?