El 6 de mayo de 2015, la mayoría de periódicos responsables del mundo abrió con titulares a seis columnas anunciando que la Tierra había oficialmente sobrepasado las 400 partículas por millón de emisiones de dióxido de carbono, que produce el efecto invernadero.
Solo el período que va de 1980 hasta 2010 es responsable de la mitad de esas emisiones. Para el mundo científico este era un punto claro de no retorno: la raza humana nunca había sufrido un evento natural de similares características y las consecuencias serían impredecibles.
Pero para el mundo político, esto no pasó de ser más un buen aperitivo mediático para la Cumbre de las Partes del Convenio de Cambio Climático que acaba de concluir.
Empiezo con este preámbulo porque me parece increíble que los políticos (del Norte y del Sur) sigan discutiendo necedades sobre el tema. Si es cierto lo que se publicó el 6 de mayo, ¿tiene algún sentido por ejemplo rasgarse las vestiduras por el sistema capitalismo mundial mientras consume Armanis y iPhones (a lo Naomi Klein)?, o ¿si debe o no imponerse tribunales de justicia ambientales (a lo Evo Morales), cuando ni siquiera el Tribunal Penal Internacional ha podido con los crímenes de lesa humanidad? ¿Tiene algún sentido decir que el acuerdo es una farsa (a lo James Hansen) porque no dice “deberá” sino “debería”?
Si es cierto que hemos llegado a un punto de no retorno en el proceso de calentamiento global, solo una reforma radical de estilos de vida a nivel personal, familiar, comunitario, nacional y global pueden realmente cambiar el rumbo. Por supuesto, los países industrializados tienen una obligación inexcusable, pero de nada servirá si los demás países se cruzan de brazos.
Todos deberíamos estar haciendo un cambio de vida sustantivo por el planeta.
De qué sirve que nos paguen la deuda ambiental, si un Gobierno insaciable como el nuestro insiste en explotar el Yasuní, ¿no era reserva de vida? ¿De qué sirve poner en evidencia el consumismo y la polución de EE.UU. y China, cuando ninguna ciudad del Ecuador tiene un plan serio y sostenido de reciclaje de basura al 100%? ¿No es esta la más importante muestra de transformación productiva y ecológica que pudo –y puede aún- hacer el país?
De qué nos sirva hacer llamados morales e invocar al papa Francisco y su supuesta conciencia ecológica, cuando siguen obstaculizando procesos amplios de educación sexual y planificación familiar. ¿No es la raza humana el mayor contaminante del planeta?
Los mismos científicos que estudian el calentamiento global insisten que la capacidad de carga de la Tierra resistía 3 000 millones de seres humanos, no 7 000 millones o más. Como ven, todo está conectado en la bella Gaia y solo quienes estén libres de culpa pueden tirar la primera piedra.
Si en verdad arde el planeta, lo importante es que todos cambiemos -con acuerdo o sin acuerdo- no que entremos en el eterno juego de echarle la culpa a los demás, mientras una catástrofe tras otra desfila ante nuestros ojos. Feliz Navidad.