André Gide, el gran escritor francés, había expresado públicamente su adhesión a la Revolución de Octubre. En 1936 fue invitado a la Unión Soviética, y entre viaje y viaje, homenajes y aplausos, banquetes y agasajos, observó con agudeza, preguntó, meditó y cuestionó.
A su retorno a Francia, con honda, tal vez desgarradora y amarga decepción, relató sus vivencias en dos libros -‘Regreso de la U.R.S.S.’ y ‘Retoques a mi Regreso de la U.R.S.S.’-, que generaron agrios enfrentamientos y polémicas.”
La Unión Soviética -escribió- no es lo que esperábamos que sería, lo que prometía ser, lo que intenta parecer todavía; ha traicionado todas nuestras esperanzas”. Gide fue criticado, denigrado y marginado.
El contraste entre esas esperanzas y la realidad vivida fue frustrante. “Había llegado -reconoció-, entusiasta y convencido, para admirar el nuevo mundo, y me ofrecían, con el propósito de seducirme, todas las prerrogativas que aborrecía en el viejo”.
Las injusticias, lacerantes y crueles, lejos de desaparecer, habían adquirido un ropaje distinto. El conformismo y e l temor, la sumisión y el silencio habían sustituido al ya extinguido fervor revolucionario.
“De arriba hasta abajo en la escala social reformada -concluyó-, los que tienen mejor calificación son los más serviles, los más cobardes, los más sumisos, los más viles. Todos los que levantan cabeza son eliminados o deportados…”
Gide vislumbró el crecimiento de la burocracia y de su poder sin freno. Habló de la “dictadura de la burocracia sobre el proletariado”. El obrero soviético no había conquistado sus derechos ni había mejorado su situación. Enrolado, atado a la fábrica, encasillado, atrapado, carecía de libertad. Emergía, inhumana y despiadada, la dictadura personal de Stalin. “Sí: dictadura, por supuesto; pero la de un hombre, no ya la de los proletarios unidos, de los Soviets.
Es capital no dejarse ilusionar, y no hay más salida que reconocer muy claramente; no es esto lo que queríamos… Es exactamente esto lo que no queríamos”. “Stalin -continuó- no soporta sino la aprobación; adversarios son, para él, todos aquellos que no aplauden”.
La actitud de Gide, que muy pocos intelectuales tuvieron el valor de asumir, nos recuerda un tema sobre el cual siempre será necesario meditar: el conflicto entre la verdad y la lealtad a una tesis o a un partido.
La lealtad transformada en incondicionalidad, en sumisión y servilismo, es una traición a nosotros mismos. Entre la verdad y el partido no cabe dudar. “No hay partido que valga -quiero decir: que me retenga- y que pueda impedir que prefiera la verdad al propio partido.
En cuanto interviene la mentira, me encuentro a disgusto; mi papel consiste en denunciarla. Es a la verdad a la que estoy atado; si el partido se aparta de ella, yo a un tiempo me aparto del partido”.