El tiempo y la secuencia de los hechos se vuelven determinantes y a veces insalvables obstáculos en política internacional.
Sin que pretendamos volver demasiado en el tiempo y remontarnos hasta las cruzadas y las innumerables incursiones colonizadoras europeas, el nuevo pecado original del desastre en Oriente Medio es, sin duda, la invasión estadounidense a Iraq, en 2002.
Y, por supuesto, la retaliación estadounidense contra Afganistán, tras los ataques del 11 de septiembre.
Desde entonces, toda la región ha caído secuencialmente en el efecto dominó de la desestabilización y el caos.
Muchos de los soldados que ahora pelean por Da’ish (la nueva convención es no llamarlo Estado Islámico) están ahí por una mezcla de resentimiento e impotencia tras la invasión que terminó con su tranquilidad, con sus tierras y con su futuro.
La investigación publicada por Lydia Wilson solo confirma lo que ya todos sabíamos de alguna manera. La mejor opción entonces era mejorar los sistemas de seguridad interna contra el terrorismo y tratar de mantener al enemigo fuera de las fronteras.
EE.UU. no debió responder a la violencia con más violencia, pero el deber ser nunca maneja las relaciones entre los estados y ahora la escalada -ya sea en contra de Da’ish o de ellos contra Occidente- por desgracia no se detendrá.
Ninguna de las partes puede ganar esta guerra en el corto plazo, pero nadie está dispuesto a cambiar de estrategia. Las muertes colaterales causadas por Occidente dejarán familias, hijos, hermanos, padres llenos de odio y listos para enlistarse en esta lucha suicida.
A su vez, los países occidentales que participen sufrirán más muertes, más miedo, más restricción de sus libertades.
Pero hay una razón de fondo para que este círculo vicioso no se rompa: los países árabes y Turquía.
Ellos que son los principales llamados a cuidar su territorio y su gente y la mayoría se ha cruzado de brazos. Sistemáticamente se han negado a luchar por defender sus territorios de la plaga de extremistas que Da’ish representa y de los abusos que ha cometido contra la población inocente.
Las diferencias entre suníes y chiitas han sido suficiente para que gobiernos árabes de una u otra mayoría cierren las puertas a miles de refugiados sirios e iraquíes que necesitan ayuda. Hay testimonios de pequeños botes hundidos por fuerzas de seguridad sauditas o cataríes. Pero América Latina se niega a ver esa realidad de sus socios “No-Alineados”.
Hubo un tiempo y un espacio para retraerse de Oriente Medio y no hacer nada. Lamentablemente, ese tiempo y ese espacio terminaron cuando los acuerdos de White Plains entre Arafat y Simon Peres fracasaron y luego, cuando a George W. Bush no se le ocurrió mejor idea que invadir Iraq.
Lo cierto es que ya no habrá lugar seguro y las dolorosas y terribles escenas de París, por desgracia, se repetirán, sin importar de quién sea la culpa. Las sociedades escogieron la violencia como solución y hay que resistirla, justamente para defender la libertad.