La Alianza del Pacífico es la mejor idea que se les pudo haber ocurrido a economías emergentes como México, Colombia, Perú y Chile. Se trata de un acuerdo regional descomplicado, amparado en un mismo parámetro de apertura comercial y con el mismo objetivo de entrar al mercado asiático –léase China-. Y explicaré porqué. Para empezar la Alianza del Pacífico es la consecuencia de lo que en temas regionales y de comercio se llama la “teoría del efecto dominó”. Este efecto dominó es producido porque hay la percepción de que hay un jugador importantísimo -China- que tiene una relación especial con alguien más -Estados Unidos-. Muchos temen quedarse fuera. Por tanto, hay una fila para negociar una similar “relación especial”. Y no es fácil. Así que estos países, que tienen similares visiones políticas respecto a la economía, que ya vivieron la primera ola de efecto dominó (acuerdos especiales con EE.UU. y Europa) han decidido emprender un acuerdo para acercarse a China en mejores condiciones.
Si uno analiza el caso fríamente, su estrategia es muy acertada. América Latina aún no ha podido penetrar en el mercado con algo de ventaja, peor en igualdad de condiciones. China ha hecho muchas inversiones en América Latina, pero solo está interesada en lo que las grandes potencias imperiales estaban interesadas en el siglo XIX y principios del XX (materias primas y bienes primarios). En el mejor de los casos, esto ha generado empleo local y rentas, en el peor de los casos ni siquiera eso, porque la explotación se ha hecho importando trabajadores chinos y dejando de lado mano de obra local o atando las rentas a préstamos a tasas de interés por encima del mercado internacional. Cuando esto pasa, obviamente se anula la capacidad de negociación de los países receptores. No es casual que Costa Rica y Panamá hayan solicitado ser observadores. Este es el futuro y necesitan unir esfuerzos para investigar, entender, estudiar minuciosamente la economía política china y generar estrategias acertadas a la hora de sentarse en la mesa de negociaciones. De estos países, seguramente Colombia será el país más beneficiado, porque su tasa de industrialización es mucho más alta que la de todos los demás y porque es el país que -guardando las distancias claro- mejor ha logrado seguir las estrategias de industrialización que hace dos décadas catapultaron a los tigres asiáticos.
Espero que nadie se haga preguntas difíciles como ¿por qué no está el Ecuador? La respuesta puede ser interminable, pero menciono dos puntos al paso: el Gobierno ni siquiera se ha puesto de acuerdo consigo mismo si quiere ser capitalista o poscapitalista (línea Sumak Kawsay), y la Cancillería está mucho más preocupada en defender tiranías del Oriente Medio que por mirar al futuro o, humildemente, aunque sea al presente. Esto ya sería un avance significativo.