Su Santidad proclamó dos encíclicas para enfrentarse al tema: Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) y Laudato Si (Loado sea). La participación de la Iglesia en este asunto es muy legítima. Pues si su Dios creó el mundo y al hombre, como les reveló la Biblia, entonces el bienestar humano y la salud del planeta atañen al vicario de Dios en la Tierra.
En general, la visión del Papa argentino es la de alguien que rechaza el mercado y sospecha de las virtudes de la propiedad privada. Afortunadamente, Francisco no es el único teólogo católico con preocupaciones sociales. El sacerdote –y economista- Robert A. Sirico, quien padeció y sanó de calenturas socialistas, hace 25 años fundó en Michigan el Acton Institute of Religion and Liberty para explicar cómo el mercado, la propiedad privada y la libertad son más eficientes para combatir la pobreza y mantener los equilibrios ecológicos que las decisiones de los comisarios o la buena voluntad de los obispos.
En la web de Acton Institute, se puede contrastar la encíclica Loado sea con la crítica que le hacen. Si Sirico, como creo, tiene razón, los criterios del Papa resultan contraproducentes.
Además, un centenar de científicos, teólogos y profesores universitarios vinculados al luteranismo, antes de la encíclica del cambio climático, dirigieron una carta abierta al Papa advirtiéndole que los combustibles nucleares y fósiles –petróleo, carbón-, la propiedad privada, el comercio libre, el Estado de Derecho y los gobiernos limitados lograron rescatar de la pobreza a millones de personas que podían volver a ella si se aceptaba como ciencia las opiniones para ellos caprichosas y equivocadas de algunos ecologistas embriagados por el estatismo. Esta carta abierta y sus firmantes está en Internet: Cornwall Alliance for the Stewardship of Creation.
Una observación final: el Papa y muchos de sus seguidores participan de una gran contradicción en el terreno económico cuando predican al mismo tiempo las virtudes del ascetismo, la frugalidad y la necesidad de rescatar de la pobreza a millones de personas. Los pobres lo son como consecuencia del no-consumo. Para que abandonen la pobreza hay que convertirlos en consumidores progresivos. En caso contrario continuarán reinando el desempleo y la miseria.
¿Cuánta riqueza es suficiente? Depende de cada individuo. Benedicto XVI se sentía bien en los mejores aposentos del Vaticano. A Francisco I le basta una modesta habitación en una especie de hotel.
Un Papa capaz de reconocer paladinamente que no era nadie para juzgar las preferencias sexuales de sus prójimos, puede entender que tampoco es nadie para decidir cuáles autos o cuántos metros de vivienda son moralmente justificables. Eso pertenece al ámbito de la subjetividad individual y de la definición personal de lo que es necesario, confortable o lujoso. ¿Quién es él para decirles a los demás lo que pueden o deben consumir? Aceptar esa limitación humildemente acaso sea una de sus mayores virtudes.