Era como para creer en la divina providencia, o en su equivalente laico. La noche anterior había empezado a escribir un artículo sobre Hemingway, pero al amanecer desperté pensando en quién podía estar interesado en un escritor gringo que se había suicidado hacía 50 años. Recordé haber publicado un artículo en 1999, cuando el centenario de su nacimiento, pero con quién diablos iba a conversar ahora sobre el maestro que escribió‘The Killers’, cuento que alteró la percepción occidental del género y al que traduje palabra por palabra. Mandé el borrador a la papelera y me fui a la revista pensando en que debía encontrar otro tema.
Una hora después sonó el teléfono: era Abdón Ubidia que venía a dejarme su último ensayo: ‘La aventura amorosa’, a cambio de un ‘Mapahuira’, dijo. Que yo recuerde, eso no había pasado nunca; siempre venía un mensajero con las publicaciones de El Conejo. Bajé de inmediato y lo miré contra la luz de la puerta: sí, allí estaba una de las personas que más sabía de Hemingway en el Ecuador. De Hemingway y de muchos otros escritores, tanto así que daba cursos y escribía ensayos sobre ellos. Se sorprendió de que le invitara a una humita en el salón de enfrente.
Al cruzar la calle pregunté con una sonrisa: ‘¿Quién te mandó?’. Pensó que era una broma, dijo que ya no disponía del mensajero. Mientras sorbíamos las manzanillas le conté mi duda matutina y sin más trámites empezamos a hablar de Hemingway. Estaba más afilado que de costumbre porque había dictado recién un par de cursos sobre Papá a petición de las alumnas, que quedaron encantadas. En otras palabras, el monstruo seguía vivo y sus héroes atortolaban aún a las señoras.
Afirmé que su tumultuoso legado se condensó en unas pastillas de sabiduría que son la punta del iceberg de una visión trágica de la vida. Repasamos algunos de sus cuentos magistrales, de sus boxeadores y toreros fracasados, del Santiago de ‘El viejo y el mar’, de cómo influyó Hemingway en generaciones de escritores.
Luego pasamos a ‘La aventura amorosa’, motivo de su visita. Con la claridad y la cautela propias de un géminis, Abdón enumeró los textos en los que basaba su ensayo: el de Ovidio, claro, el Quijote, la Bovary, Lolita… Se detuvo en esa gruesa novela que yo no había leído: ‘Bella del señor’, y en una cita devastadora: ‘Cada día te quiero más y te deseo menos’. Recordé lo que pensaba con desdén Lolita cuando divisaba cachondo a Humbert Humbert: ¡no otra vez, no! El juego amoroso se desmenuzaba igual que las humitas.
O igual que el tiempo en el cine. Porque tarde me entero que Hemingway ha vuelto a sus andanzas en la flamante película de Woody Allen: ‘Midnight in Paris’. Habrá que verlo.