No soy fan de la corporación que dirige, su Santidad, pero habiendo constatado cómo mis compatriotas cambian automáticamente –digamos que para bien– ante el solo anuncio de su presencia, imagino que de vivir usted aquí, esto se convertiría en el paraíso terrenal. Por eso le pido que extienda indefinidamente su estadía en Ecuador.
Mientras usted pise este suelo ecuatorial no nos van a subir a lo loco los impuestos. No estoy cayendo en pecado de codicia y/o evasión de impuestos; mi religión no me lo permite. Pero se me ocurre que una prolongada presencia suya nos daría la oportunidad de pensar bien cómo vamos a hacer para que los impuestos sean justos y cumplan su propósito. Supongo que píos como han resultado ser los funcionarios públicos no le mentirán a usted, y le dirán, con pruebas, en qué se usan ahora los impuestos y se comprometerán a darles un mejor destino. Es pecado (y debería ser delito) que caigan en saco roto, ¿no, su Santidad?
Además, el anuncio de su llegada ha obrado algo bien parecido al milagro de la multiplicación de los panes y los peces, pero con la plata. De donde se nos decía que no había, ha salido el presupuesto para hacer todo tipo de arreglos para recibirlo a usted. Años esperando que haya plata para la restauración de un altar barroco o para pavimentar una calle, y con la mención de su nombre la plata asomó y las obras se hicieron. Además de por la avenida 12 de Octubre, le pido que se dé una vuelta por La Argelia, La Forestal, Chiriyacu o por La Floresta. Aunque lo ideal sería que se paseara por todo Quito, a ver si les hacen a las demás calles el mismo ‘extreme make over’ que le hicieron a la 12 de Octubre.
Y ahora resulta que hemos sido creativos, proactivos, grandes negociantes… De allá y acullá salen ideas de negocios por su venida: que si pedazos de madera traídos directamente de Tierra Santa, que si el Kit del Papa, que si afiches y estampitas, que si el Combo Papal, etcétera. Se nota que su presencia motiva al personal y si así llueve que no escampe; capaz hasta podemos ayudar a que el crecimiento económico proyectado para este año (1,9% en el colmo del optimismo) no sea tan escuálido.
Para más dicha, todos han tenido afinidad con el voluntariado; a todos les ha gustado hacer minga; no protestan porque no podrán sacar un día entero el auto (y les va a tocar coger bus o caminar); los insultadores andan a medio gas, luciendo sonreídos su piel de oveja (o de borrego); los dizque marxistas ya no creen que la religión es el opio de los pueblos y la ensalzan en piezas publicitarias; Quito ya no odia ni árboles ni plantas y hasta se ha puesto jardineras en algunos parques y parterres.
Por si se puede vivir mejor en este valle de lágrimas, le pido encarecidamente que se quede. Eso sí, no me responsabilizo por la opinión que a usted le merezca el país que ama la vida a la semana de habitar en él. Ya sin operativos especiales ni repavimentaciones exprés.