Un hombre que todos coinciden en describir como modesto y de buen humor, tal y como lo demostró en su primera intervención como Pontífice, es el nuevo jerarca católico, el número 266. En un hecho histórico, Jorge Mario Bergoglio, desde ahora Francisco, argentino de 76 años, hijo de padres italianos, es el primer papa nacido en esta parte del mundo; también es el primero en pertenecer a la Compañía de Jesús.
Y aunque su nombre no figuraba entre los más opcionados, la elección de un latinoamericano sí podía preverse. Es en este continente donde hoy se concentra la mayor población de fieles, con 501 millones, aproximadamente el 40 % del total, muy por encima del siguiente, Europa, con 285 millones. Estos números tuvieron que haber pesado en el momento de las votaciones y dibujan uno de sus mayores retos: hacer que esta institución tenga un cariz más universal, menos romano, menos europeo, región donde hoy se constata su retroceso.
A diferencia de su antecesor, Benedicto XVI, el nuevo sucesor de Pedro no era, hasta hoy, cara conocida en el Vaticano. Se asegura que poco le interesaban los intríngulis de la curia y la burocracia de Roma. También es de resaltar que el elegido pertenezca a una comunidad que en las últimas décadas ha asumido posturas de carácter más progresista. No en vano ha sido catalogada como el ala intelectual de una iglesia que es, sobre todo, diversa, plural.
La escogencia del nombre ‘Francisco’ entraña un mensaje que comenzó a descifrarse con el gesto de pedir primero la bendición de los fieles a él antes de impartir la suya. Sea por san Francisco de Asís o por san Francisco Javier, la humildad y la vocación misionera son dos rasgos que lo caracterizan y desde ya se anuncian como sellos de su papado, algo que ha sido bien recibido por los fieles, que claman un acto de contrición que marque un regreso a los valores de los primeros cristianos. Su edad permite suponer que su pontificado no se contará entre los más prolongados.
Por lo que ha demostrado como obispo de Buenos Aires, sus posiciones frente a los problemas sociales, además de generarle roces con Néstor Kirchner y luego con Cristina Fernández, estuvieron muy en sintonía con la opción preferencial por los pobres, línea trazada por la Iglesia católica desde los años 60 en documentos como la encíclica ‘Populorum progressio’, de Pablo VI, y que, en líneas generales, ha marcado su trayectoria desde entonces.
Los retos que enfrenta son de gigantesco calado. Asume un cargo cuyo anterior dueño lo dejó por no tener fuerzas suficientes para encarar desafíos que hoy todavía permanecen bajo un manto de misterio. Deberá poner la casa en orden, terminar lo iniciado por Benedicto en cuanto a la lucha contra la pederastia y reformar la curia, volverla menos centrada en una sola figura, más colegiada.