Palabra de América

Cuando al fin aclaró el día, un mundo esplendoroso, verde y rumoreante se abrió ante los ojos asombrados del Almirante. Aquella isla surgida, de repente del abismo del mar, no podía ser sino un milagro, un prodigio gracias al cual él pudo, entonces, salvar su pellejo y, además, su increíble empresa. Para la díscola marinería que, por meses, había navegado a bordo de esas frágiles naos, tal hallazgo si bien ahogó conatos de motín, despertó, sin embargo, adormecidos apetitos de codicia y desenfreno.

Ese viernes 12 del décimo mes de 1492 el Almirante pensó que esa tierra con la que había topado no podía ser otra que el Asia. Soñó entonces en el oro y la gloria que lo esperaban. Emocionado, anotó en el diario de bitácora: "Llegamos a una isleta de los lucayos que se llama en lengua de indios Guahananí". Presto al desembarco, se atavió de galas. Escribió: "Sacó la bandera real con una F y una Y, encima de cada letra su corona, llamó a Rodrigo de Escobedo, escribano de la armada, que diese por fe y testimonio el hecho de que tomaba posesión de la dicha isla por el Rey y la Reina, sus señores". Para hablar de aquel paraíso solo la hipérbole cabía: "Isla la más hermosa que ojos hayan visto. Vinieron luego gentes desnudas de amoroso trato, de habla dulce, de buena talla y no mal olor, de buenas costumbres y buena memoria". Fascinación mutua: hombres que andaban como la madre los parió frente a otros a quienes la civilización los había cubierto. Nada sabían los unos de los otros. Curiosidad mutua. Incomunicación. Los gestos suplieron a las palabras. "Las manos sirvieron de lengua".

Colón nunca supo a dónde había llegado ni quiénes fueron esos pueblos (los taínos) con los que contactó. Poco después, se habló de un "mundus novus" al que llamaron América. Sin embargo, fue a raíz de los escritos del Almirante que a la lengua castellana llegaron palabras nuevas que nombraban la insólita realidad americana, vocablos procedentes de las lenguas nativas del Nuevo Mundo. La primera palabra americana que Colón consigna en su diario es canoa. Y, al igual que ésta, otras de origen arahuaco como hamaca, tabaco, bohío, cacique, tiburón, maní, yuca. Conforme se extendió el señorío español en América, ésta no solo que redimió de hambrunas al Viejo Mundo al entregarle el más nutritivo de los alimentos: el maíz y la papa; no solo lo enriqueció con los metales preciosos pillados durante la Conquista, sino que, además, engrandeció el tesoro léxico del habla de Castilla con vocablos procedentes de sus lenguas nativas como, por ejemplo, aguacate, cacao, chocolate (del náhuatl); alpaca, cóndor, mate, yapa (del quichua); ananás, jaguar, maraca, tapioca, tucán (del tupí-guaraní). En 1492, Antonio de Nebrija publicó la primera Gramática del castellano. Acá, en 1560, un humanista americano, fray Domingo de Santo Tomás, publicó la primera Gramática del quichua.

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