El país invisible

Ocurre no solo en la literatura. El Ecuador es un país invisible, prescindible, ignorado por América y el mundo en casi todos los ámbitos de la cultura, de la geografía, de la historia, del pensamiento. Y no es que carezcamos de méritos, ni que sea este un mundo vacío. No es que no se escriba, -o quizá se escribe y se lee poco-. Por supuesto, no es un desierto: es uno de los pueblos con más diversidad y más paisaje, con enormes testimonios coloniales en la arquitectura, y con buena gente. Pero también, con más complejos de inferioridad.

Es curioso y paradójico al mismo tiempo: el ecuatoriano, con raras excepciones, se achica ante el extranjero y ante sí mismo; se "achola" de sus cosas, de su acento, de su identidad. Prefiere ignorar lo propio y mirar a otra parte. Prefiere esconderse en la "cultura de los malls" y agringarse. Le atormenta la música nacional, a menos que sea al fin de fiesta, cuando el alcohol convoca a afirmaciones equívocas, y a nostalgias confusas que encubren su miedo al reconocimiento. De autores nacionales, casi nada. Lo que sabe quizá es de algún "best-seller" de moda. De la literatura le queda algo más que el lejano recuerdo de los días de la escuela. De la historia, le quedan las versiones equívocas de algún novelón televisivo, y lo que la propaganda le cuenta como verdad irrefutable.

El país invisible no se puede suplantar con una "patria política" que será siempre transitoria y marcada por visiones ideológicas. No. El desencuentro profundo que vivimos desde que iniciamos la vida republicana apelando al extraño nombre de Ecuador, no se cura con ese difuso nacionalismo retórico que prospera en la opinión pública. No se cura así. Ni se supera con el consumismo desbordado de una clase media que ha crecido en casi todo -en autos y en restaurantes, por ejemplo-, pero no en auténtica conciencia nacional, en cultura, en lectura, en sentido de identidad.

El país será visible para nosotros y para los otros, cuando lo conozcamos de verdad, y entendamos que la geografía de la Sierra no termina en donde concluye la vía pavimentada; que las montañas tienen nombres que evocan toda una historia; que nuestros recursos no se agotan en Galápagos. El país será visible, con todas sus virtudes y sus dramas, cuando tengamos plena conciencia de que estamos destruyendo el paisaje, envenenado el ambiente, y limitando el horizonte con el estrecho cerco de la política. Será visible este país cuando admitamos que la cultura no es tema del Gobierno, sino patrimonio y tarea de la sociedad.

Difícil asunto, porque toca a ese entramado de complejos que nos abruma, porque nos pone frente al hecho de que el reconocimiento universal de este espacio bello, diverso y paradójico que nos tocó para vivir, debe trascender de los debates diplomáticos y de los transito rios y resonantes episodios que quedarán como recuerdo de días turbulentos.

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