El 27 de febrero de 1940, seis meses antes de su asesinato, León Trotsky comenzó a redactar su testamento. “Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable”. Interrumpió el trabajo, levantó la vista, miró brevemente hacia la ventana, observó en silencio a su mujer, y luego continuó: “Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia”.
El martes 20 de agosto, al atardecer, el español Ramón Mercader, agente estalinista que se había infiltrado en el entorno de Trotsky bajo identidades falsas, fingiendo una relación con Sylvia Agelof, trotsysta estadounidense, lo atacó mientras leía un escrito. “Yo había puesto mi abrigo… sobre un mueble”, dijo en su declaración. “Saqué el piolet de alpinista y, cerrando los ojos, lo descargué sobre su cabeza con toda mi fuerza”. “Con el cráneo destrozado y el rostro bañado en sangre -contó Isaac Deustcher-, Trotsky se puso en pie de un salto, arrojó contra su agresor todos los objetos que alcanzó su mano… Forcejeó con el asesino, le mordió la mano y le arrebató la piqueta”. Murió al día siguiente, por la noche.
Los difíciles años de exilio de León Trotsky, desde su violenta expulsión de la Unión Soviética hasta su última residencia y su asesinato en Coyoacán, México, constituyen el tema central de ‘El hombre que amaba a los perros’, la comentada novela del cubano Leonardo Padura. En tres planos distintos, paralelos, el autor va desarrollando, adentrándose en los entresijos de sus ideas, sentimientos y conflictos, las vidas estrechamente enlazadas de sus personajes principales: la de Trotsky, bastante ceñida a los hechos (es evidente su deuda, por ejemplo, con la gran biografía de Deustcher); la de Ramón Mercader, su asesino; y la de Iván Cárdenas, joven cubano aspirante a escritor y narrador de la historia.
Pero ‘El hombre que amaba a los perros’ es algo más: es una reflexión de una generación traicionada y el doloroso relato, frustrante y trágico, de una decepción colectiva y una derrota histórica: el hundimiento de la utopía socialista -el sueño de muchos- en el lodazal de la mentira y la manipulación, la escasez y el hambre, la delación y el miedo, el odio y la persecución, la tortura y el asesinato, el genocidio… No en vano Leonardo Padura, cubano, nos confiesa: “Quise utilizar la historia del asesinato de Trotsky para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida”.