El año pasado una encuesta especializada de ‘El País’ ratificó a ‘El Padrino’ como la mejor película de todos los tiempos. Estrenada en marzo del 72, llegó a Quito meses más tarde y yo acudí corriendo a verla por tres motivos: había leído el best-seller de Mario Puzo, admiraba a Marlon Brando y había invitado a una chica guapa a la matiné del Universitario, cuando uno iba al cine no precisamente a ver películas. Este fue mi error porque apenas arrancó la música con la escena magistral de la boda de la hija de don Vito Corleone, encarnado por un Brando soberbio, me olvidé de la monita, quien fue haciendo patente su aburrimiento hasta que adujo un dolor de barriga y empezó a salir. No pude seguirla pues lo que estaba pasando en la pantalla era más fuerte que la vida. Luego comentó a una amiga que yo era un bobo que no le había topado ni la pierna. Tenía razón y no la vi nunca más. Al padrino, en cambio, lo he vuelto a ver anoche por tercera vez.
Dicen de Gardel los argentinos que cada día canta mejor. Lo mismo vale para Brando y Al Pacino: cada vez actúan mejor. Varias escenas ya forman parte de la cultura universal. Las grandes obras de arte permiten diversas lecturas y esta es mucho más que una película sobre la mafia neoyorquina; es un estudio sobre el poder, las finanzas y la familia tradicional. Con toda su carga antisistema, Marlon Brando declararía que la mafia “es el mejor ejemplo que tenemos de capitalistas. Don Corleone es como cualquier magnate norteamericano de los negocios que está tratando de hacer lo mejor en beneficio del grupo que representa y de su familia”. La película fue un éxito fulgurante de taquilla que volvió millonario a Coppola y ganó Oscar a Mejor película, guión y actor principal, pero Brando no fue a recoger su premio, generando un escándalo. No contento con eso, ese mismo año 72 hizo otra joya, ‘El último tango en París’, dirigida por Bernardo Bertolucci, con música del Gato Barbieri. Una actuación magistralmente distinta, llena de improvisaciones y autoanálisis, que terminó prohibida en muchos países por sus cópulas con la churona y fugaz María Schneider. 2 años después apareció‘El Padrino II’, donde Robert De Niro representaba al joven Vito Corleone y Francis Ford Coppola se consagraba como director. Refutando el adagio, esta segunda parte de la saga fue tan buena como la primera: De Niro ganó el Oscar a mejor actor de reparto y el filme obtuvo 4 estatuillas más.
La única forma de acercarme a los dioses de ese Olimpo fue publicando, en 1983, ‘El hermano menor de Marlo Brando’, una de cuyas piezas retrataba un encuentro mafioso en un bar quiteño. Los padrinos criollos asomaban ya en escena pero casi nadie les paró bola. ‘Pecatto!’