Qu izás sea una falsa contradicción. Pero hoy son muchos los que subrayan el mensaje pacifista con el que el sudafricano Nelson Mandela salió de prisión en 1990, y pocos los que ponen el acento en su rebeldía contra el apartheid, incluso armada, que lo llevó a la cárcel.
Más arbitraria es la entrada de Wikipedia, que define a este líder mundial muerto el jueves 5, como un “revolucionario sudafricano antiapartheid que fue preso y luego se convirtió en político y filántropo”.
Mandela fue un político y un revolucionario por lo menos desde 1942. Dos años después se unió al Congreso Nacional Africano (CNA) y contribuyó a crear su Liga Juvenil y a conducir al movimiento, que llevaba décadas de irrelevancia, a posiciones más radicales.
Mandela fue un rebelde cuando encabezó la campaña de desobediencia civil contra leyes injustas del Régimen segregacionista blanco en 1952 y cuando, pese a ser un mal estudiante, completó un diplomado de dos años en leyes y empezó a ejercer la abogacía en el primer bufete negro del país.
Fue un rebelde, y por eso proscripto más de una vez, detenido y procesado en el Juicio por Traición, del que finalmente resultó absuelto en 1961. Fue un rebelde cuando pasó a la clandestinidad.
Pero sobre todo fue coherente con su rebeldía tras la matanza de 69 personas desarmadas durante la manifestación de Sharpeville contra las leyes segregacionistas, el 21 de marzo de 1960. Entonces entendió que no bastaban las marchas, huelgas y la desobediencia civil para conmover los cimientos del apartheid.
Fue un acto de rebeldía encabezar la lucha armada en 1961 y contribuir a crear el brazo que la ejecutaría. O salir del país en secreto a buscar apoyo y entrenamiento de guerrilla.
Cuando emergió de sus años de encierro en 1990, pero sobre todo cuando fue investido presidente en 1994, Mandela sabía que desmantelar el apartheid no tendría sentido si en el proceso el país se desintegraba en divisiones y venganzas.
Y fue, desde entonces, el pacifista más activo y convencido, llevando su rebeldía a un nuevo terreno, el del ejercicio democrático y el del diálogo como solución de los conflictos.
Como cuenta un artículo de IPS, muchos sudafricanos siguen hoy hundidos en las trampas de la desigualdad y la pobreza, con el CNA acusado de haber ingresado en un ciclo de opacidad y nepotismo.
No es sencillo sacudir una herencia que data desde los tiempos del régimen colonial británico. La segregación y sus causas económicas dejan marcas profundas. Pero ahora los sudafricanos pueden canalizar su rebeldía contra esas lacras en un proceso democrático y un Estado de derecho por los que hay que agradecer a Mandela, el rebelde.