Ovejas/os, ¡a leer!,

¡y a mirarse en el espejo de estos diez años de infortunio, en el que tantos, sin principios, se entregaron a las dulzuras del poder! ¡Odebrecht 35 millones?; ¡una feliz propina, cortina de humo que tapa los millones de negociados, coimas, corrupción! Mírense en el espejo de “Anakonda Park”, de título opresivo. Si entienden lo que muestra, alguna oveja de mejor casta lo agradecerá.

Leí la novela con enorme curiosidad, con miedo. Su autor, Jaime Marchán Romero, que asume sin estridencias la libertad de crear, toca en este libro la parte más oscura de la condición humana. A la manera de Orwell, Marchán reivindica “el poder insustituible de la literatura para denunciar las peores pesadillas de la historia, y sacar a los tiranos de sus cuevas”. Una novela distópica, contra la utopía que nos vendieron. No inventa: reproduce un gobierno cruel, presidido por el siniestro Viaspuentes, que contó con más dinero del que nunca imaginamos tener y nos dejó la patria en andrajos. Retrata con talento, dolor y belleza, el antimodelo de sociedad, resultado de la nefasta década de ‘revolución’.

Viaspuentes, de ambición sin límites, imagina una revolución lúdica para cambiar la ‘expresión’, no la vida, del ecuatoriano medio, agobiado por gobiernos que no procuraron el progreso del país. Opone una carcajada feliz a cada rostro de depresión y agobio. La asistencia al Park es gratuita para que el pobre se divierta y olvide pesares; carreteras, puentes, intercambiadores, petróleo, empresas eléctricas y electrónicas, circos monumentales, una ballena inmensa que encierra el mar entero, -símbolos, descripciones bellísimas que merecen, por sí solas, otro lugar-, todo confluye en los juegos del parque y, de aquí, en los ‘bolsicos’ del poder. Duele e indigna su lectura, porque evidencia al lector lo vivido estos feroces años.

Utopía, distopía. La utopía sueña, imagina y prevé el bien. La distopía no predice el futuro para que lo evitemos: satiriza lo vivido, revela el saqueo a que nos sometieron, es espejo de la mentira de felicidad que nos aletargó. Sueldos de ficción para los fieles; rencillas, odio, prisión para los detractores. Diez años atroces, prueba de fuego para el ecuatoriano medio, lección de lo que el populismo y la demagogia son capaces de crear, la novela plasma la farsa en que la patria se sumió, el poder arbitrario que ignoró las necesidades populares y, mediante la demagogia ejercida por una propaganda atroz, mintió sin restricción. Constriñó la libertad de palabra y de juicio, y hasta la libertad de soñar.

El poeta peruano Mario Montalbetti habló, en estos días, del sentido de la metáfora que no oculta la realidad, sino que la traslada de su sentido real a otro, figurado, ‘porque si la metáfora fuese literal, no podríamos soportar su revelación’. Pero Anaconda Park, esta inmensa metáfora, es literal… Felizmente, conoce una utópica conclusión ‘feliz’… Aspiremos a imaginar que nos encontramos en el principio de ese fin.

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