Libertad es pensar y obrar según los dictados de nuestra conciencia sin recibir amenazas o represalias por ello. Para vivir en libertad se requiere, por tanto, una serie de reglas que impidan que la integridad de un individuo corra peligro cuando este se atreva a disentir o a llevar una vida alejada de la norma social.
Esas reglas son de orden legal principalmente. Estoy hablando de un sistema de justicia que aplique la ley de forma imparcial. ¿Qué significa esto? Que proteja los derechos de cada persona sin que importe su credo político o religioso, su raza, su condición social, su género o su procedencia geográfica.
Para que eso ocurra, el sistema de justicia debe ser independiente. Si está sometido a la voluntad de un tercero -como el Presidente o un grupo de interés- la ley será usada para servir los deseos siempre fluctuantes y caprichosos de ese grupo o persona.
Instrumentalizar la ley para servir fines políticos o económicos de un tercero equivale a eliminar las libertades de un país democrático. Aun cuando esa sociedad continúe celebrando elecciones periódicas dejará de ser una democracia porque en ella no habrá respeto por los derechos civiles de las personas (derechos tan importantes como expresarse y asociarse libremente; trabajar y acumular un patrimonio personal; y, claro, tener un juicio justo, si este se llegara a presentar).
Por tanto, la libertad de las personas radica en que ellas puedan ejercer a plenitud sus derechos civiles. Talvez esta verdad ha sido mejor entendida por los dictadores que por quienes dicen ser demócratas. Desde el siglo pasado hasta hoy, absolutamente todos los autoritarismos de derechas e izquierdas se han tomado la justicia para utilizarla a su favor. Esa ha sido la manera más eficiente de controlar a la sociedad sin tener que usar siempre la fuerza bruta.
Todas las dictaduras sin excepción se han tomado el sistema de justicia diciendo que buscan preservar la moral o evitar la corrupción. En la práctica esa decisión ha sembrado más corrupción porque la ley se ha aplicado discrecionalmente: de forma leve para los aliados del Régimen y con la máxima dureza para los disidentes del sistema.
¿Y qué ha pasado con la moral? Cuando unos pocos tienen demasiadas prerrogativas y la gran mayoría está indefensa, las sociedades se vuelven cínicas. Sus miembros están dispuestos a hacer o decir cualquier cosa para sobrevivir. La verdad se relativiza descaradamente y principios como la honestidad se vuelven recursos para los “estúpidos” solamente.
Los partidarios de la dictadura creen estar a salvo de los abusos. No saben que en un país sin legalidad, las purgas se vuelven frecuentes y que los caídos en desgracia sufren incluso más que los disidentes.