El 26 de agosto de 1978, Albino Luciani, que había sido elegido Papa apenas treinta y tres días antes, amaneció muerto en su dormitorio. Por primera vez en la historia el nuevo pontífice había escogido un nombre compuesto para el ejercicio de su cargo, Juan Pablo I, y, quizás también por primera ocasión, alguien había llegado al cargo más alto de la jerarquía eclesiástica con la intención seria (y también ingenua) de que se podía erradicar la corrupción y limpiar las cloacas del Vaticano separando a los obispos y cardenales que manejaban a su antojo el dinero y el poder político de la Iglesia.
Eso sí, no era aquella la primera ocasión en que se envenenaba a un Papa que resultaba incómodo para ciertos grupos de poder. Teodoro I, habría sido envenenado en el año 649, y Formoso emponzoñado en el 896; León X, cuyo nombre era Giovanni de Médici, falleció en 1521 al parecer envenenado por orden de Francisco I de Francia; Juan XIV, pontífice elegido en el año 983 fue envenenado por orden de Bonifacio VII; Clemente II y Dámaso II, su sucesor, se sospechó que fallecieron por las pócimas suministradas por orden de Benedicto IX.
Albino Luciani, Patriarca de Venecia y uno de los Papas más carismáticos del siglo XX, llegó a ser elegido en contra de los que en ese año vaticinaron que el señalado sería un polaco de apellido Wojtyla. Desde el primer instante, Luciani anunció que haría reformas profundas en la Iglesia, entre ellas renovar el Banco Vaticano y destituir al cardenal Marcinkus, director del banco y que, pocos años después, en 1982, estuvo involucrado en el escándalo de la quiebra del Banco Ambrosiano, relacionado con la mafia y con oscuras historias de crímenes y defraudaciones junto al Estado más pequeño del mundo.
Por supuesto, las buenas intenciones de Luciani chocaron estrepitosamente contra los muros de aquel sistema jerárquico sostenido en la opulencia y la riqueza, reñido por tanto con las palabras iniciáticas de Juan Pablo I que proponía: “Sé muy bien que no seré yo el que cambie las reglas codificadas desde hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas. Quiero ser el padre, el amigo, el hermano, que va como peregrino y misionero a ver a todos, que va a llevar la paz, a confirmar a hijos y hermanos en la fe, a pedir justicia, a defender a los débiles, a abrazar a los pobres…”
Evelio Rosero, novelista colombiano, publicó en el año 2014 la novela titulada ‘Plegaria por un Papa Envenenado’, la conmovedora historia de Albino Luciani que tantos autores e investigadores han tratado en múltiples obras. Este hombre de rostro amable y sonrisa sincera, creyó que podía expulsar de su templo a las mafias que lo habían ocupado desde siempre, pero esa empresa imposible se vio interrumpida la noche del 29 de septiembre de 1978, mientras revisaba la lista de los nombres a los que pretendía a destituir, cuando una mano cercana le entregó el medicamento que debía tomar a diario.