La muerte de Osama Bin Laden, musulmán fanático que había declarado una guerra contra Estados Unidos, ocurrió pocos meses antes del décimo aniversario del mayor ataque terrorista del mundo, terrible suceso en el que cuatro aviones fueron secuestrados y utilizados para embestir, con pasajeros adentro, contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
El cuarto avión no se estrelló contra su objetivo, seguramente la Casa Blanca, sino que por acción de valientes pasajeros, lo hizo contra la campiña de Pensilvania. A partir de ese fatídico 11-S de 2001, los ciudadanos del mundo entero hemos experimentado cambios en medidas de seguridad aplicadas, especialmente en viajes aéreos. Los EE.UU. iniciaron una guerra contra el gobierno talibán que protegía al terrorista saudita, primero, y contra el régimen de Saddam Hussein en Iraq, después. Aunque a inicios de la guerra en Afganistán se pensó que pronto caería el que ideó el brutal ataque, las esperanzas se fueron diluyendo cuando el gobierno de Bush distrajo ese principal objetivo con la guerra en Iraq.
El presidente Barack Obama reorientó las acciones, apresuró la salida de tropas de Iraq para concentrar los esfuerzos militares en Afganistán, y dispuso que la agencia de inteligencia buscara al terrorista Bin Laden. Cuando tuvieron una pista confiable, Obama ordenó una acción militar en el corazón mismo de Pakistán, donde el infausto Osama vivía escondido en una zona urbana cercana a la capital Islamabad.
El éxito del operativo se logró por la reserva del mismo, el Presidente pakistaní recién fue informado mientras este estaba ocurriendo, por sospecha de complicidad de alguna autoridad de ese país con el grupo terrorista. La acción no solo eliminó al temible Bin Laden, obtuvo valiosa información de sus computadoras. Los objetivos y resultados del acto nos recuerdan al de los colombianos contra el guerrillero Reyes en Angostura hace 3 años, donde tampoco se respetaron normas de derecho internacional.
Las oportunas y pragmáticas decisiones de Obama han servido para que su imagen crezca y se mejore la perspectiva de su candidatura a reelección. Además, el Presidente estadounidense está usando su levantado prestigio, y el gran poder inherente al cargo, para presionar a líderes israelitas y palestinos a que depongan posiciones extremistas que impiden encontrar soluciones al prolongado conflicto de Oriente Medio. Es muy acertado este empeño de ese mandatario, pues difícilmente se verá el mundo alejado de riesgos terroristas mientras no haya una justa solución al problema palestino. Solo cuando eso ocurra disminuirán fanatismos religiosos que ponen en riesgo la paz mundial.