Orden normativo e incremento de multas
Ante la caricatura del burócrata indolente, desconsiderado de los tiempos y recursos ciudadanos, el ciudadano común se alegró de la simplificación de trámites y costos de los mismos. Fue el inicio del auge reformista actual. Con el tiempo y el incremento de controles, se vuelve a las quejas por tanto papeleo y de a poco por costos y multas por poca cosa.
Pues, entre tiempo, el gigante burocrático y modernizado tiene costos; entonces qué útil resulta ponerle precio o más precio al trámite y a la multa. Como antaño suben los costos de trámites y multas. Como las infracciones al reglamento, a la ley, a la nueva ley, al código, al nuevo procedimiento se multiplican, el electo local o gobernante, ve ahí una conveniente fuente de entradas. Sino, baste pensar el peso en el presupuesto municipal, de las abultadas multas de tráfico, pico y placa, mal estacionamiento, las cuales impactan al inicio por un tiempo para reducir los infractores, pero después pierden impacto y se regresa al doble desorden social de tener más infractores o el desorden de antaño y los trámites de control multiplicados, gracias a lo cual -como antaño- hay mas ingresos fiscales. Qué difícil será reducirlos cuando se pase al tiempo de vacas flacas; entonces, incrementar trámites, pagos y multas se volverá urgencia.
Esto lo debemos no solo a la mentalidad de la reducida cúpula guayaquileña que ahora gobierna el país, sino a una sociedad que ante la inseguridad y la inestabilidad, quiere darse confianza con "este orden del deber ser de lo lindo que debe ser el mundo si nos garantiza que nadie nos moleste". Poner orden en los demás para que no molesten y yo esté en paz, es el cimiento para que, a los que les gusta este orden formal, puedan libremente pensar en sanciones, castigos, multas, cárceles, y quién sabe sino no piensan en pena de muerte, no necesariamente sanguinaria, pero sí con cárcel de por vida.
Esa sed de este tipo de orden de los que mandan y los que son mandados, tarde o temprano lleva a legitimar que el gobernante pase del reclamador de orden al sancionador a quien perturba, desde luego más allá de la ley, pues el poner orden en los demás, se vuelve extensivo a la política, a la cultura, a la convivencia inmediata de todo y para todo.
El código penal así es un espejo de nosotros mismos y de la cárcel que colectivamente nos estamos construyendo, al erigir muros entre nosotros, y pensar que mayores sanciones por sí resuelve la delincuencia. Exceso de normatividad antes que pensar en medidas sociales y de convivencia. Pero en ese orden, tarde o temprano nos puede llegar la cárcel a todos y será solo entonces que nos revelará lo injusto del mejor de los ordenes justos. Y contrariamente a la idea primera ya crece la corrupción para "evitar" al ciudadano lo penoso de las nuevas sanciones. Son los efectos contradictorios del exceso de normatividad, el paraíso de papel.