Da la impresión que las últimas elecciones no solo sirvieron para confirmar el amplio apoyo que tiene el Presidente de la República, sino para evidenciar la crisis que atraviesan en los actuales momentos los partidos políticos de oposición.
El golpe que les propinó el correísmo ha sido letal. Esto se hace mucho más evidente cuando analizamos el papel que ha cumplido la oposición en las últimas semanas.
Ante situaciones tan sensibles como la aprobación de la Ley de Comunicación y reforma a la Ley Minera, la renuncia unilateral al Atpdea, el caso Snowden o los excesos del señor Julián Assange, la oposición ha pasado casi desapercibida.
No basta con llegar en segundo, tercero o cuarto lugares en los comicios para decir que uno representa a la oposición. Tampoco sirve que el Presidente de la República se moleste en decirnos cuál es buena o mala oposición. Quien quiera hacerlo, debe demostrarlo con acciones concretas.
El silencio de la oposición nos indica que, por ejemplo, han perdido de manera anticipada la batalla en el Parlamento. El silencio de la oposición nos indica que están de acuerdo con el manejo aparatoso de nuestras relaciones internacionales. El silencio de la oposición nos indica que no les importa la grave actuación del Cónsul del Ecuador en Londres. El silencio de la oposición nos indica que un tema tan importante y sensible como es el futuro de nuestras exportaciones al mercado norteamericano se lo maneje de manera tan deplorable. El silencio de la oposición nos indica que consienten que el señor Assange haga lo que le viene en gana desde nuestra Embajada y funja incluso de Canciller del Ecuador. En suma, el silencio de la oposición nos indica que no tienen ideas, estrategia y poder de acción.
La crisis partidaria, expresada en la débil capacidad para facilitar las mediaciones entre la sociedad y el Estado, sumado al interés del Ejecutivo de buscar un contendor en la esfera pública, ha llevado a que los medios sean catalogados como un actor político.
El Gobierno sabe que la disputa por la opinión pública es un asunto fundamental. La ciudadanía se forma su opinión principalmente a través de los medios de comunicación. De ahí que catalogar a la prensa como actor político le permite al Régimen entrar en conflicto con los medios para controlar la opinión pública y con ello asegurarse que no existan criterios disonantes sobre su gestión y tiendan a ocultarse una serie de abusos, malos manejos o corrupción.
Es de esperar que este sopor no dure demasiado. La democracia exige una participación activa de todos los sectores, especialmente de la oposición ya va a permitir establecer un contrapunto y un referente para una ciudadanía que últimamente se ha olvidado de los valores y principios fundamentales.