Si de un grave mal padece la oposición a Correa es del poco -o ningún- entendimiento de lo que significa el bien común. Sensible característica que arremolina su desunión y una escandalosa ausencia de objetivos claros y compartidos.
Solo basta mirar cuán atomizados están.
Cada uno, en la búsqueda de sus intereses particulares, en la defensa a ultranza de sus arcaicos privilegios otorgados por gobiernos anteriores, amparados -uno más que otro- por mimos, adulos, concesiones, leyes y decretos ad hoc, compromisos electoreros, afanes egocentristas, bajo la conveniencia -muchas veces traicionada- de que esos grupos los mantengan en el poder.Una de las definiciones de bien común, de amplia aceptación: “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible, a la colectividad y a cada uno de sus miembros, el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.
Así podríamos entrar -no es oportuno- a profundidad filosófica que nos remitiría a Aristóteles, pasaría por la corriente tomista y arribaría al tiempo actual, en el que pensadores y líderes universales, de la talla de San Juan Pablo II, dan cátedra sobre el principio del bien común que, siendo fácil de comprender, a algunos les resulta imposible de aplicar, porque lo han oscurecido -para su provecho- en la vorágine de una sociedad que se estremece ante la injusticia y la búsqueda insaciable del poder, no para servir, sino para servirse de los demás.
En la cotidianidad, en la vida de la calle, la gente común sufre en medio del atentado contra este principio.
Veamos, entre muchos, tres ejemplos domésticos, que para nada dejan de ser importantes, como el clamor de los buseros y taxistas, persiguiendo la elevación de sus tarifas, sin comprometerse -antes- en cómo van a mejorar su servicio, que deja muchísimo que desear; en aquellas agrupaciones políticas, sin directrices claras ni guía idónea para la formación de futuros líderes; en ciertos mal llamados empresarios, que no son tales, sino solo “money makers”; y tantas otras perlas que “brillan” por su criminalidad contra el bien común.
Hablando de los males y padecimientos de la oposición, otro es aquel de intentar convencernos incesantemente de lo malo que es Correa, criticando cada cosa que hace, o qué no hace, o cómo lo hace, minusvalorando sus obras, saturando algunos medios de comunicación con incesantes críticas adversas, como dijimos antes, defendiendo sus propios feudos, sin percatarse de que es reñido con la ética el hecho de hacer protagonismo con base en los defectos de otros, cuando lo moralmente bueno es intentar demostrarnos sus bondades; esto, contrario a sus anhelos, enaltece la credibilidad de su detractado.
Ojalá podríamos ver, si insisten, en una oposición coherente, digna, que nos revele un buen líder capaz de enfrentar Correa.