Tabaré Vázquez quedó muy cerca de convertirse en el segundo presidente que repite el cargo en la era posdictadura tras los comicios y de acuerdo con las proyecciones de las encuestadoras que lo daban a escasos puntos del 50%. Hasta ahora, solo Julio María Sanguinetti (1985-90 y 1995-2000) lo ha logrado.
Tras un comienzo dubitativo, y donde por momentos pareció desconcertado por la irrupción de Lacalle Pou, Vázquez y el Frente Amplio rearmaron la estrategia electoral, amainaron en los ataques personales contra el candidato nacionalista y con intensas movilizaciones por todo el país lograron recomponer su imagen y estiraron ventajas que, si bien no son decisivas, parecen complicadas de voltear.
Pese a que son más de 10 puntos que lo separan del expresidente, puede decirse que el gran protagonista de la campaña, haciendo abstracción de los resultados, fue Lacalle Pou y su ascenso que, por momentos, parecía incontenible. Desde el resultado de las internas del Partido Nacional que, contra todos los pronósticos, lo catapultó a la candidatura presidencial, marcó un estilo distinto de hacer política. Logró reintegrar a la lucha a su adversario de aquella instancia Jorge Larrañaga, le pidió volver a la pelea como su compañero de fórmula y sintonizaron sus discursos, con excelentes resultados.
Puso Lacalle el énfasis en sus propuestas, anunció nombres nuevos e intachables para algunos ministerios claves, desestimó la confrontación, rechazó lógica del agravio contra el agravio y “La Positiva” se convirtió en su gran bandera electoral.
El Partido Nacional mejoró en varios puntos su performance de las elecciones pasadas, donde alcanzó solo el 29%. Pero una inesperada caída de Pedro Bordaberry y el Partido Colorado que no pudieron mantener el 17% de los votos del 2009, permitieron a Vázquez lograr ventajas que, si bien no le aseguran la presidencia y no alcanza para reiterar la mayoría absoluta de los votos en el Parlamento, lo ponen en situación de favorito para la primera y con un respaldo legislativo muy fuerte.
Los 10 años de gobierno del Frente Amplio parece que no le pasaron factura y que los uruguayos, en una gran proporción, están satisfechos con sus desempeños. Las expectativas de cambio para mejorar, de una adecuada organización del pesado aparato estatal, de mayor eficiencia en los servicios, de abandonar prácticas muy cuestionadas, de innovar y lanzar con fuerza nuestro país hacia el futuro, la seguridad, la educación, la salud, no hicieron mella en la imagen del oncólogo ni de su partido. La fuerte bonanza económica que llegó desde afuera y permitió un constante crecimiento del PBI, sumado a las políticas asistencialistas, fue suficiente para asegurar una situación más confortable de los ciudadanos, decisiva a la hora de dar su voto.
Pese a todo, cualquiera sea el próximo Presidente carecerá de mayoría absoluta en el Parlamento y deberá negociar con la oposición a efectos de asegurar su gobierno.