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Sí: para nosotros, los viejitos, un año que termina es un año más que hemos vivido. Estuve a visitarle a Rubén Larrea, el amigo de toda la vida, el que me queda. Rodrigo ¿no te parece fantástico que hayamos llegado al 2016? Debí darle la razón. Prosiguió con la más genuina picaresca de factura andina. Tranquilos, Rodrigo, tranquilos. Ya no existe purgatorio, según asegura nuestro papa Francisquito.
Tranquilos y con una lucidez admirable según el decir piadoso de los hijos. Los nietos, cuando nos escuchan, impacientes: el abuelo repite y repite las mismas anécdotas, aunque siempre con algo nuevo. ¡La memoria retrógrada! ¿Será verdad que con los años los recuerdos, mantenidos en estratos profundos de la conciencia, se van superficializando? “Para mí tus recuerdos son hoy como una sombra” que con el tiempo van adquiriendo precisiones sorprendentes. Sus facciones desdibujadas que, de pronto, se las ve como si fueran de ayer no más. Ese su aire decidido de quien sabe lo que quiere. Esos sus gestos de ternura que la traicionaban.
“Tengamos para todos/los desengaños una/sonrisa de ternura/de perdón, de optimismo”. Cuando Hugo Alemán Fierro compuso esos versos, debió sentir que se le atenuaban los rencores, esas heridas que parecían que no se cerrarían nunca. La sabia comprensión de la condición humana después de haber vivido tanto.
¡El hábito de la lectura en los viejitos! Limitaciones físicas, ¡al cuerno! Participan en batallas imposibles. A cada paso se juegan la vida en acciones de espionaje. Exploradores incansables de mundos inciertos. Éxodos que nunca concluyen. Y lo que más les hace latir el corazón con fuerza, esas mujeres presentidas, llegadas con los libros: Fernanda de Castro, Lola Junco, Lola Puertas. Se las oye con un batir de palmas cuando a uno le llega un nuevo día o le sale bien un artículo de opinión. En el duermevela de los viejitos, ensoñaciones que insinúan con mayor nitidez, cuando vienen y vienen, las figuras de quienes en actitud de cálida espera están para recibirnos, pues se nos adelantaron. Entre ellos los amigos del alma (los míos; Boanerges Mideros y María Esther Benítez), o esos seres queridos, como mi prima Elisita, que se fue tan pronto.
Los ecuatorianos de mi generación llevaremos a la tumba una pena negra, heredada de nuestros padres, y que con nosotros concluirá la memoria. El viejo Rocafuerte, colonos que bajaban de la Sierra, nuestro puertito en la ribera del Napo, cuando es plenamente navegable. Una salida soberana al Amazonas, hoy bajo bandera peruana. Muy alto el costo de la paz, para nosotros.
31 de diciembre. Uno de los Salmos de David que da en el centro de mi conciencia: “pues hoy otra vez el día que el Señor ha querido que vivamos y afrontemos”. Inicio de expectativas renovadas. Nuevos desafíos. Menguadas las fuerzas en espera de lo que venga.