Una vez más, el presidente Trump ha optado por la vía unilateral en política exterior. Con su reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, Trump dinamitó nada menos que 70 años de consenso internacional. Y, una vez más, ha aplicado una lógica que malinterpreta y deteriora la realidad de Oriente Próximo, haciendo imprescindible que la UE dé un paso al frente.
La lógica de la administración Trump en Oriente Próximo se apoya en su alianza con Arabia Saudí. Desde los tiempos de John Fitzgerald Kennedy, todos los presidentes estadounidenses habían escogido uno de los tres siguientes destinos para sus primeros viajes al extranjero: México, Canadá o Europa. El presidente Trump, fiel a su estilo, rompió con estos precedentes y eligió Arabia Saudí, donde participó el pasado mayo en una cumbre junto con 54 países de mayoría musulmana. Este simbólico gesto vino acompañado de un incendiario discurso en el que vilipendió al régimen iraní y abogó por su aislamiento.
Justo después de pasar por Riad, el presidente visitó Israel, donde insistió en su retórica antiiraní. Arabia Saudí e Israel no mantienen relaciones diplomáticas, pero si hay algo que tienen en común, además de ser aliados de Estados Unidos, es su oposición frontal a Teherán.
Hace dos meses, el jefe de las fuerzas armadas israelís llegó incluso a mostrarse partidario de compartir datos de inteligencia con Arabia Saudí con tal de contrarrestar a Irán, afirmando que “con el presidente Trump, hay una oportunidad de construir una nueva coalición internacional en la región”. Esta inercia se ha visto intensificada por el nombramiento de Mohámed bin Salmán como heredero al trono saudí, y por su afán de impulsar un cambio de tercio tanto en el plano doméstico como en el exterior.
Aprovechando las circunstancias, Donald Trump ha querido dar un golpe de efecto. Con sus declaraciones sobre Jerusalén, el Mandatario ha situado a los saudíes ante un dilema: ¿priorizar su defensa de la causa palestina, o normalizar su relación con Israel para seguir robusteciendo la alianza contra Irán?
Aunque Trump no ha descartado la solución de los dos Estados, que es la que respaldan las Naciones Unidas, puede que con su desmesura le haya puesto la puntilla. Y todo esto sin que por ahora exista siquiera una presión social significativa en Estados Unidos que explique el golpe de timón de su Presidente.
Llegados a este punto, la mejor manera de favorecer que ambos bandos vuelvan a sentarse a la mesa de negociación es reducir el desnivel del terreno de juego. Y eso pasa por que la UE lance un mensaje tan contundente como necesario: el reconocimiento inmediato del Estado de Palestina. Más del 70% de los Estados miembros de las Naciones Unidas ya han dado este paso, y es el momento de que la UE en su conjunto haga lo propio, como preludio de una mayor implicación en la resolución de este conflicto de extraordinaria importancia.
Project Syndicate