La solidaridad desatada por el terremoto de Manabí nos ha sacado a todos de la campana de cristal en que vivimos habitualmente. Dedicados cada uno a nuestros asuntos, casi no tenemos tiempo de pensar en los demás o lo hacemos desde dentro de la campana, con esa distancia que impone el estar a la vista pero no al alcance de los demás. Lo que vemos es parte de la normalidad, aunque sea pobreza, tristeza, soledad. Así es el mundo. Incluso cuando pensamos o actuamos para remediar los males que hay en el país lo hacemos con la convicción de que nuestra contribución es irrelevante frente a las dimensiones de la realidad.
La solidaridad ante la tragedia es diferente. Cuando la desgracia se presenta cercana y general, cuando afecta a los que viven como nosotros; entonces advertimos que somos seres sociales, que vivimos en mutua dependencia, que el daño que sufren los otros nos daña también a nosotros. La solidaridad nos hace descubrir que hay alegría en dar, pero es una alegría común, porque alivia y nos alivia. Los ejemplos más conmovedores de la solidaridad son los de aquellos que estando en desgracia piensan más en los otros que en sí mismos y aquellos que lo dan “todo” con desprendimiento admirable.
Sin embargo, no todos dejan o pueden dejar su campana de cristal. Aun en situaciones extraordinarias siguen actuando como siempre y siguen siendo los mismos. El Gobierno, por ejemplo, no ha dejado su campana, sigue actuando igual, sigue creyendo que antes no había nada y ahora existe un país inventado por él; convencido de que la desgracia no ha sido peor gracias a la obra que ha realizado. Y con este consuelo, ensimismado, solo piensa en resolver su propio problema.
Los damnificados saldrán adelante por sus propios medios y con la ayuda solidaria de los demás. El Gobierno incrementará la deuda y los impuestos y resolverá su problema de liquidez. Confiscará la ayuda para repartirla porque esa es su especialidad. Proclamará que nadie, nunca, en ninguna parte, ha resuelto un problema tan grande en tan poco tiempo y se condecorará a sí mismo con la tragedia.
También los partidos políticos siguen encerrados en su campana de cristal. Los partidos de oposición incapaces de unirse, a pesar de que no difieren en nada porque nada han planteado aparte de posibles candidatos. Y el partido de gobierno solo tiene que resolver cuál de los tres candidatos será el que finalmente vaya a la piedra del sacrificio de las elecciones: el candidato de Ginebra, el candidato de la diosa del Olimpo o el candidato de Pame. Ya sabemos quién decidirá al final y que decidirá sin salir de su campana de cristal.
A pesar de las penurias, los terremotos y los malos gobiernos, Ecuador sobrevive y seguirá adelante porque somos una comunidad, dependemos unos de otros y nadie nos arrebatará la alegría de dar, la experiencia de la solidaridad.