Columnista invitado
Los infructuosos intentos, ya van varios, para pagar la decimatercera remuneración a un solo empleado, me devuelve a la memoria todos los eventos del año en los que, en tiempos de la modernidad informática (eso es un sarcasmo) de la revolución de naftalina, procurando atender los amenazantes requerimientos de información de un Estado aplastante, se enfrenta al ciudadano ya no solo al mal gesto de un burócrata –al que además le deben su decimocuarto sueldo- sino a una pantalla de computadora que es impasible a los arranques de furia que puede provocar.
Una anciana, visiblemente pobre, hace fila para entregar sus facturas. Debe ser para beneficiarse de la devolución del IVA pagado. El joven e impersonal empleado que ejerce el Kratos y controla el mundo tras el bureau, impasible repite el guión. Su email, le pide a la anciana. ¿Qué es eso? Responde. Bueno pida a alguien que le preste o que le ayude a conseguirlo, dice el empleado. Tener una cuenta de correo electrónico es algo así como la evidencia que se han logrado los alucinados proyectos de exportar bioconocimiento o de ser una potencia en la exploración espacial.
¿Por qué no me entrega la factura de una vez? Pregunto. De todas formas, me entrega una fajilla impresa que no tiene “valor tributario”. Su factura le llegará al correo electrónico, me dice la cajera y me recuerda que es por el ecológico propósito de ahorrar papel. Arrojo al basurero la fajilla (papel desperdiciado) al tiempo que imprimo en otro papel la factura para usarla con fines tributarios.
Transitar por las oficinas del Registro de la Propiedad es un tormento. En época del correísmo en la Alcaldía de Quito y en acomodo al cambio del proceso registral (ahora es estatal y centralizado) de dos pisos saltó a cuatro y así los “analistas” que ejercen de juzgadores y no de registradores.
Presumo que con intención de reducir procedimientos en las reformas a la Ley de Compañías se creó el proceso de control posterior y aleatorio. Pero una intención de reducir procesos es incompatible con una abundante burocracia que ejerce el K ratos y en su microcosmos legisla desde la ventanilla. En el Registro Mercantil ahora se ejerce el control previo. O sea, la fuerza de la burocracia nulitó el supuesto propósito de eliminarlo. Hasta el más sobrado profesional es glosado por neófitos analistas cuya ‘duchez’ se atribuyen por el nombramiento.
En el afán obsesivo de controlar a los ciudadanos; de reglar sus comportamientos, bajo la presunción esencial de su culpabilidad, el Estado, en época correísta, no ha sido diseñado para facilitar los trámites eliminándolos o simplificándolos. En los hechos, el número de neoburócratas, a pesar que se adornen con avíos tecnológicos, buscan el control, el sojuzgar. Que los trámites se hagan online, y esa es la prueba de modernidad, es cosmética que, además, añade dificultades a las personas y empresas pequeñas, que encarecen sus vidas y amargan sus días.