Lo único claro hasta ahora es que hay cuatro candidatos que tienen real opción de poder. Esto siempre que las encuestadoras hayan hecho un trabajo correcto, imparcial, técnicamente comparable y que provenga de fuentes de investigación similares en cuanto a la geografía humana y a los intereses específicos de los encuestados.
Lamentablemente han surgido discrepancias entre encuestadoras que pueden afectar a su credibilidad y honestidad intelectual en un trabajo importante y delicado que influye en la creación de tendencias que favorecen a unos y perjudican a otros. Efectivamente hay informaciones que discrepan sobre la magnitud de la caída del candidato continuista y respecto al posicionamiento de los otros tres candidatos, lo que está confundiendo al electorado. (Bien hacía El Comercio al no publicar ninguna encuesta).
Como las normas legales señalan que para que no haya segunda vuelta es necesario, por una parte, que algún candidato obtenga por lo menos el 40% de los votos válidos y, por otra, supere al segundo por más de 10 puntos de diferencia, parecería que si habría segunda vuelta porque es difícil que se cumplan con estos requisitos, dada la sensación creciente de que los escándalos de la corrupción manifiesta influyan decisivamente en la expresión íntima del votante, lo que no es posible medir ahora en las encuestas.
A estas alturas nada está dicho con carácter definitivo y los ecuatorianos podemos escoger libremente sin ser influidos por encuestas dudosas y contradictorias.
De otro lado, hay una fuerte corriente de opinión que se inclina por el no continuismo político ni económico, cuyo objetivo de vencer en la segunda vuelta solo se podrá cumplir si el candidato finalista tiene la capacidad de cohesionar a toda la oposición para vencer al candidato oficialista.
En todo caso, lo esencial es que seamos capaces de elegir al mejor jefe de Estado, al que creamos que pueda resolver el problema económico con criterio social, al que modele el crecimiento del Ecuador sobre la base de una competitividad productiva que sea sostenible y al que aumente el empleo adecuado internacionalizando a las medianas y pequeñas empresas a fin de que salgan a vender para sostener la dolarización.
Todo esto dentro de un equilibrio fiscal, implantando fuertemente una austeridad inteligente que elimine gastos no productivos, pero sin botar al desempleo a la gente pobre.
Finalmente, necesitamos un ambiente de serenidad y firmeza, de transparencia ejemplar, de honradez ejemplar, de gobernanza eficaz.
El país, después de tanta turbulencia, de tanto encono, requiere de gobernantes probados, con alta capacidad de trabajo, que tiendan lazos de unión de los ecuatorianos y disminuyan los factores de confrontación a base de confianza, credibilidad y autoridad moral para acabar con la corrupción.