Época de retrocesos

Más que un eslogan publicitario, el cambio de época pregonado por el Gobierno es una hipérbole. Una exageración incompatible con la realidad. Basta mirar lo que ocurre en el país para percatarse de que seguimos siendo tan vulnerables, negligentes, informales e improvisados como antes. La naturaleza, el fundamentalismo religioso y la economía global se han confabulado para restregarnos en nuestro orgullo nacional las pequeñeces y carencias de las que aún adolecemos.

Las zonas inundadas en la Costa, los derrumbes y las vías colapsadas por el invierno nos retrotraen al primer fenómeno de El Niño del que tenemos constancia, allá por los años 80. La carretera Santo Domingo - Alóag, cuya ampliación a cuatro carriles presagiaba el espejismo de la modernidad vial, padece hoy derrumbes más destructivos y mortales que hace medio siglo. De eso podemos dar testimonio quienes viajamos por esa ruta desde que fue inaugurada en 1963.

El mito del progreso fundamentado en la infraestructura física no resiste las evidencias. Cinco décadas no han sido suficientes para desarrollar una capacidad humana e institucional que dé respuesta a las contingencias naturales.

En cuanto a derechos se refiere, la situación tampoco es alentadora. La nueva política sobre sexualidad adolescente implica –según lo han señalado varios colectivos de mujeres– un retroceso de 100 años. En una investigación de próxima aparición (C. Burneo, A. Córdova, M. J. Gutiérrez y A. Ordóñez) se destapa el anacronismo del Plan Familia Ecuador, así como la desconexión de muchas de sus propuestas con la realidad social. Definir una política pública a partir de referentes nostálgicos –como el de una familia convencional y patriarcal, o el de la abstinencia sexual– constituye una regresión ideológica. Es una atadura a épocas que suponíamos superadas. Curuchupismo puro y duro.

Por otra parte, la estrategia oficial que busca desfinanciar al IESS para sortear la crisis financiera nos coloca frente a un retroceso de 70 años. Tal cual. No se trata solamente, como a ratos aparece, de una repetición de lo que otros gobiernos hicieron en el pasado, fueran estos neoliberales, desarrollistas o populistas. Lo que está en juego es la concepción sobre la seguridad social que se ha impuesto en el mundo desde el siglo XIX, entendida como uno de los derechos más importantes y fundamentales de los seres humanos. No solo de los trabajadores y afiliados, sino de la sociedad en su conjunto.

Del paradigma de la universalidad, igualdad e integralidad de la protección social, al cual se supone debemos acercarnos, hoy estamos retrocediendo a la fragilidad e incertidumbre del pasado.El correísmo quiere reimplantar la vieja noción de asistencia social, cuando la población debía agradecer y conformarse con la caridad pública.

Juan Cuvi / Columnista invitado

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