El desplome de los precios del petróleo fue particularmente doloroso para los países que han satisfecho sus necesidades fiscales y de divisas con exportaciones petroleras, que han dado su espalda a otras actividades económicas y que son populosos en relación a su producción hidrocarburífera: Rusia, Nigeria, Argelia, Venezuela y Ecuador, entre otros.
Estos países han buscado convencer a Arabia Saudita a que abandone su política de recuperar mercado a costa del precio. Nadie más proactivo entre estos que Ecuador. El presidente Correa ha recurrido a la diplomacia personal, acudiendo a cualquier cita y con cualquier pretexto para estar cerca de los jefes de Estado de Arabia Saudita y los emiratos y sultanatos del Golfo Pérsico, con su mensaje que basta un recorte de 5% de la producción para estabilizar los precios.
Su principal colaborador en esta diplomacia petrolera ha sido el ministro Carlos Pareja Yannuzzelli. No hay reportaje de los servicios noticiosos internacionales sobre las reuniones de ministros petroleros que no traiga una declaración de Pareja Yannuzzelli.
Hace pocos días, ministros de países latinoamericanos exportadores de petróleo se reunieron en Quito, por iniciativa del Gobierno, con el afán de encontrar una posición conjunta.
Finalmente, Rusia y Arabia Saudita acordaron reunirse en Doha con otros países petroleros con miras a buscar un acuerdo para congelar la producción, algo más factible que aceptar una reducción.
Los mercados apuntaron a que esta reunión de los mayores exportadores del mundo, de OPEP y no-OPEP, iba a desembocar en un acuerdo para congelar la producción mundial. El WTI, el marcador para nuestro crudo, que hace dos meses estaba por debajo de USD 30 el barril, superó USD 42 el 12 de abril.
La reunión fue este fin de semana y no se llegó a un acuerdo. Irán, que está en el proceso de incrementar su producción, una vez que se levantaron las sanciones tras el acuerdo nuclear, no está dispuesto a renunciar a ese derecho, y no envió a su ministro a Doha. Expectativa frustrada.
Cabe interpretar la reunión de Doha como una maniobra de Arabia Saudita para demostrar que no es intransigente, y que el obstáculo es su enemigo, Irán. Ambos pertenecen a vertientes contrapuestas del Islam, compiten por la hegemonía en el Golfo Pérsico y apoyan facciones opuestas en las guerras de Yemen y Siria. Además, a Arabia preocupa el deshielo entre EE.UU. e Irán tras el acuerdo nuclear.
Ahora Arabia Saudita amenaza con aumentar su producción en un millón de barriles diarios.
Nada está escrito en piedra, pero lo más probable es que el crudo pierda lo que ganó en las últimas semanas, afectando nuestras finanzas públicas cuando las necesidades crecen por el terremoto de Manabí.
Cuánta falta hacen los fondos petroleros.
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