Cuando todos pensábamos que los Estados Unidos rezumaban poder y riqueza por sus cuatro costados, ahora nos enteramos de que no tiene dinero para mantener uno de sus instrumentos más preciados de dominación: su aparato de inteligencia. Al menos eso se desprende del reportaje de Telesur sobre una supuesta red de espionaje en el Ecuador.
Conozco personalmente a algunos de los personajes señalados en el montaje y sé que más de uno llega a fin de mes con las justas. Al parecer, la agencia no les compensa con un salario decente; seguramente enfrenta una pobreza franciscana.
Habría que pedirle al Gobierno ecuatoriano que, soberanamente, intervenga ante el Departamento de Estado en defensa de los derechos laborales de estos compatriotas, y reclame una homologación salarial de acuerdo con estándares internacionales. O al menos que se equiparen sus ingresos con los de los agentes de nuestra inteligencia criolla, quienes, a fin de cuentas, están espiándonos a todos nosotros, ciudadanos ecuatorianos.
El montaje de Telesur es disparatado y ridículo como el párrafo que acaban de leer. Además, es torpe, porque fácilmente puede ser revertido en contra de sus autores. Es como un juego de lego, cuyo resultado final depende de quién coloque las piezas. Veamos por qué.
Varios funcionarios de alto rango del Gobierno, y preclaros dirigentes de Alianza País, fueron en su momento acusados de ser agentes de la CIA. Me consta. Era una época de la izquierda en que el más mínimo desliz era visto con sospecha: tener un amigo gringo, escuchar rock en inglés, usar jeans. Así de pedestre. Bastaría entonces con armar un diagrama con los nombres y fotos de estos personajes, ponerles unas flechitas, y tendríamos una trama de espionaje sorprendente. Con el agravante de que, en este caso, todos estarían incrustados en las más altas esferas del poder político.
La muletilla de los agentes de la CIA respondió, entre otras intenciones, a la necesidad de control desde la izquierda de pequeños feudos de poder: sindicatos, organizaciones campesinas, facultades. Frente a la imposibilidad de resolver las divergencias políticas desde el debate serio y maduro, se echaba mano de un argumento tan elemental como efectivo: la descalificación artera del rival. De ese modo se acabó con la honra de valiosos militantes y dirigentes.
Pero también fue un recurso para exorcizar la inconsecuencia de una izquierda que había renunciado a la revolución. La purga de supuestos agentes de la CIA creaba un simulacro de confrontación geopolítica con el imperio que justificaba una existencia pastoril e inocua. Puras ficciones. Lo que toca preguntarse es por qué la CIA estaría interesada en conspirar contra uno de los gobiernos más entreguistas de la historia nacional.
Columnista invitado