En las distintas ramificaciones de la vida es normal encontrarse con esas personas a las que se conoce como mala leche, es decir, aquellos personajes insidiosos, embusteros, traicioneros o malintencionados que, de forma gratuita o por oscuros intereses, se inmiscuyen en la vida de los demás para causar daño. El término al parecer tiene su origen en aquella creencia popular de que la leche materna forjaba el carácter del bebé y, en consecuencia, lo marcaba para toda su vida. También es posible, por supuesto, que en alguno de aquellos recovecos, frente a un espejo, nos demos cuenta de que uno mismo ha sido ese mala leche.
En el ambiente andino rural, durante las fiestas, existe la costumbre de jugar al palo ensebado o cucaña (término con el que se conoce al juego en ciertos pueblos españoles). En otros lugares se conserva aún la tradición de contar en el juego con un personaje enmascarado que tiene la denigrante y jocosa función de agarrar por los tobillos al que va en ascenso para impedirle que llegue a la punta de la pértiga y se lleve el premio ofrecido. Tal personaje, es, en la vida diaria, el mala leche.
Evidentemente hay varias clases de mala leche: entre los artistas, por ejemplo, siempre se encuentra un ejemplar, y se lo identifica en los actos públicos cuando aborda a los invitados para, a voz en cuello y sin venir a cuento, descargar injurias y vituperios contra aquel que ha tenido cierto éxito y relevancia, contra el que ha ignorado su obra o contra aquel que, de alguna forma, le hizo sombra en su carrera. Y es que una de las características más notorias del mala leche artista es que vive frustrado y amargado por su fracaso, pero jamás aceptará que sus reveses han sido el resultado de su propia incompetencia, pues siempre les echará la culpa a los conjuros universales orquestados en su contra por el que sí tuvo éxito y trascendencia.
En el ámbito profesional el mala leche se multiplica respecto del artístico. El objetivo de su escarnio suele ser también el colega más exitoso, el que ha hecho fortuna o el que se ha ganado un nombre y una reputación con su trabajo. Normalmente estos sujetos ignoran por completo los códigos de comportamiento ético de su profesión y se deleitan quitándole los clientes al colega en base a críticas mordaces, imputándole prácticas ilegítimas o deshonrosas, o bajándose los honorarios por sus servicios a niveles humillantes. Como es de suponerse, también tiene entre sus rasgos fundamentales la mediocridad y la envidia.
Pero quizá los más reconocidos son los políticos mala leche, aquellos seres truculentos cuya carrera se cimenta en los andariveles de la componenda, la mentira y la conspiración. Estos individuos se distinguen porque la mala leche les sale tan natural que no creen que son mala leche, porque siempre están rodeados de acólitos que los encumbran y envanecen, porque se envician con las mieles del poder y, cuando ya no las tienen, los aniquila el síndrome de abstinencia.