Emma Bonino
iPS
Faltan pocos días para el inicio de una reunión decisiva para la seguridad de Oriente Medio y del mundo entero. El 24 de noviembre comenzarán las negociaciones finales entre los altos representantes de seis potencias e Irán para llegar a un acuerdo integral sobre el desarrollo del plan nuclear en el país del Golfo.
Las seis potencias son por un lado tres países europeos (Alemania, Gran Bretaña y Francia) y por el otro China, Estados Unidos y Rusia. Por ello, en la Unión Europea a este grupo negociador se lo denomina E3+3, si bien también se le conoce como el grupo P5+1 (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia, más Alemania).
El acuerdo nuclear provisional firmado en noviembre de 2013 proporcionó al E3+3 las garantías más sólidas hasta entonces para una supervisión rigurosa del programa nuclear de Irán, se ponían límites y se reducía su producción de uranio enriquecido.
Se espera que se llegue a un acuerdo sobre las últimas y difíciles cuestiones pendientes y se sienten las bases para un acuerdo final. Si así no fuera, se teme que un aplazamiento proporcione más oportunidades para que quienes se oponen a la vía diplomática, echen a perder este proceso.
Se trataría de un grave retroceso, ya que mucho se ha progresado y se han formulado soluciones técnicas creativas, y ahora está a nuestro alcance un acuerdo para abordar de manera pacífica y efectiva las preocupaciones del E3+3 sobre la proliferación en relación con el programa nuclear de Irán, al tiempo que se respetan sus legítimas aspiraciones sobre el desarrollo nuclear para usos civiles y su soberanía.
Para llegar a esta fase de las negociaciones, los europeos han invertido una ingente cantidad de recursos debido a la aplicación de un régimen de sanciones económicas sin precedentes contra Irán, así como las consecuencias, a escala regional, de implementar el aislamiento de Teherán.
Europa debe aprovechar el poco tiempo que resta para alentar a las partes negociadoras a abordar las cuestiones pendientes mediante concesiones razonables. Asimismo, los europeos deberían trabajar junto con el gobierno de los EE.UU. para mostrar a los aliados regionales, que son escépticos, los beneficios estratégicos de largo plazo que implica un acuerdo nuclear definitivo.
Los costes de un fracaso, tanto en términos económicos como de seguridad, serían incalculables para todos.
El fracaso tendría como resultado probablemente un programa nuclear iraní sin restricciones o con una tímida supervisión, y la ausencia de una vigilancia para impedir el eventual desvío hacia un desarrollo nuclear para uso militar.
Si el resultado es negativo, es posible prever una intensificación de las sanciones y el aislamiento contra Irán, lo que podría convertirse en un mayor incentivo para que Teherán trate de dotarse con armamento nuclear. Esto significaría un mayor debilitamiento de los intereses occidentales y un callejón sin salida cada vez más explosivo en el terreno militar.