La revolución ciudadana, adornada con pirotecnia verbal de izquierdismo sesentero, se dispuso a sacar del “pasado” al país impulsando la modernización del capitalismo. Para tal fin, bajo una inspiración sur coreana, fortaleció al Estado, al ejecutivo, quien haría de cachiporro de la transformación, que debía realizarse bajo un rígido disciplinamiento social de la “banana republic”.
El salto del tropicalismo a la civilización, se daría a través de un carpado: superación del modelo primario exportador implantando, a fuerza de bayoneta, la minería a gran escala. Así desde el 2007 el Ecuador vive un cóctel raro, un traslape de varias dimensiones, una convivencia de varios paradigmas contradictorios: neoextractivismo con neodesarrollismo más neoliberalismo, bajo una retórica de derechos y defensa del medio ambiente. Fenómeno digno de investigación económica-social o psiquiátrica, que tendría que ser definido de alguna manera: ¿Populismo económico? ¿Economía cuántica? ¿Cubismo económico? ¿Esquizofrenia cuantitativa?
En la punta de esta avanzada de cambio está la educación, en particular, el invento más derrochador y delirante de los reformadores universitarios: Yachay.
Con semejante inspiración y misión, con gran respaldo político y dinero, desde el 2007 se impulsó una “revolución educativa”. Su mayor logro fue el aumento del acceso a las escuelas, llegando al 97%. Su frustración, la matrícula universitaria: en el 2006 era del 33%. En el 2011 escaló al 42,2%. En el 2014 se derrumbó al 29,7%, indicador menor al del 2006.
El atolondrado cambio civilizatorio de la educación tuvo su expresión más genuina en las pruebas ENES, artefacto “meritocrático”, que produjo elitismo y exclusión: premio, exhibición y exclusivismo de los más “calificados”. Becas a las “mejores universidades del mundo”, publicidad en sabatinas, cadenas nacionales, periódicos y TV oficiales, e ingreso en el mundo de oropel y poder simbólico, del Grupo de Alto Rendimiento (GAR).
En simultáneo, los estudiantes con bajas notas, por lo general provenientes de los sectores pobres, urbano marginales y rurales, fueron sancionados-castigados por el darwinismo social de las pruebas estandarizadas: dificultades para entrar a la universidad, pérdida de tiempo hasta lograr el cupo, rechazo familiar, y acceso a algún trabajo precario y mal pagado, en el mejor de los casos.
Estos jóvenes, para el 2014, eran el 25,4% entre 18 y 24 años de edad, que no estudiaban ni trabajaban según la encuesta INEC- Enemdu. En números eran 480.000 parias modernos, no solo excluidos de la educación pública, sino declarados tontos por el Estado; con su autoestima destrozada y con un gran sentimiento de culpa, frustración y depresión, que paralizó su capacidad de protesta frente al “populismo económico” causante de sus males.
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