Leo EL COMERCIO desde que tengo uso de razón. Casi que aprendí a leer con los titulares del periódico, por entonces llenos de mayúsculas. Mi tío político, Jorge Fernández, fue muchos años editorialista y llegó a escribir, bajo el título de ‘Tránsito a la libertad’, la historia de los primeros 50 años de EL COMERCIO. Como todos los niños, yo abría el diario por la página de las tiras cómicas. Debieron pasar dos décadas para que empezara por la primera página. Allí leí, en la campaña presidencial del 78, que este medio tomaba partido por Rodrigo Borja y me gustó que lo hiciera público. Luego, en varios de los libros históricos y gráficos que he editado, sus ejemplares de archivo han sido una valiosa fuente de consulta; basta ver los recortes y las fotos de mi reciente historia de LDU.
Por eso, cuando empecé a oír rumores de su venta, a mediados del año pasado, me inquieté, sentí que estaba a punto de perder algo de mi historia personal, como cuando vendieron la Pilsener a Bavaria. Desde entonces aguardaba una explicación o una despedida por todo lo alto. Esto porque los lectores estábamos habituados a compartir, con el menor pretexto, la saga de los hermanos Mantilla que llegaron de Píllaro y el primero de enero de 1906 iniciaron el diario, el mismo día del golpe a favor de Alfaro y pocos meses antes de la fundación del Banco Pichincha y la Cámara de Comercio.
Ahora, 108 años después, abandonaban la escena las dos ramas de la familia. Pero, mientras Jaime Mantilla denunciaba la persecución política al diario Hoy y el Gobierno lo tildaba de mal administrador, acá nadie decía nada hasta que en diciembre, en un coctel para columnistas al que no asistí, supe que doña Guadalupe se había despedido sin dar mayores detalles, aunque ‘sotto voce’ se comentaban las razones familiares. Nada que el público no pudiera comprender. Así que me senté a esperar esa primera página. Que no apareció el último día del año. Ni el primero, que era el cumpleaños.
Finalmente, el anuncio de la adquisición coincidió con en el octavo cumpleaños, pero del Gobierno. Un texto de cuatro párrafos mencionaba los “productos” que el Grupo EL COMERCIO ha desarrollado, tales como Últimas Noticias, y ofrecía mantener la trayectoria de apego a “las necesidades informativas de la comunidad”. Punto. Entiendo que quienes llegan pueden manejar la comunicación como deseen, pero la fidelidad de los lectores se merece un poco más.
Tampoco el Gobierno, que suele armar escándalos y juicios por una caricatura de Bonil, se ha pronunciado. El capitalismo avanza, las empresas familiares pertenecen al pasado, lo mismo sucedió con El Tiempo de Bogotá, aunque allá el debate fue encendido. Solo me pregunto cómo lograron escribir el comunicado sin referirse a la libertad de expresión cuando esa ha sido la bandera histórica de este diario y todo el planeta no hablaba de otra cosa a propósito de Charlie Hebdo.