Muchos pueblos han usado drogas alucinógenas para efectuar rituales de tipo místico. Por ello, esos productos de origen vegetal fueron llamados ‘alimento de los dioses’. Alimento que la cultura occidental redescubrió a mediados del siglo pasado, no solo para inducir experiencias de onda religiosa o simplemente recreativa, al estilo de los hippies, sino también, y esto es mucho menos conocido, para investigar los usos científicos de drogas como el ácido lisérgico. De hecho, para un curso de psicología que tomaba yo en California allá por 1968, recuerdo haber hecho un trabajo sobre la aplicación del LSD al tratamiento del alcoholismo y la esquizofrenia.
Pero esos experimentos científicos se suspendieron abruptamente a partir de la ley firmada por Richard Nixon que desató la guerra contra las drogas y determinó el surgimiento de los grandes carteles y una serie de problemas que son el amargo pan de cada día, tanto así que muchas voces respetables se han alzado para pedir la liberación del consumo.
En ese contexto, leo que una comisión de la Asamblea está discutiendo una ley de drogas y que los representantes de la oposición resultaron ser más papistas que el Papa contra un proyecto que, entre otras cosas, avalaría el cultivo para fines de investigación y experimentación. Creo que los asambleístas que satanizan sin más el uso de ciertos alucinógenos deberían leer artículos como The Trip Treatment (www.newyorker.com/magazine/2015/02/09/trip-treatment) publicado en una revista tan prestigiosa como The New Yorker.
Narra el artículo las investigaciones que están llevando a cabo universidades como NYU y hospitales como el Johns Hopkins con la psilocibina, el alcaloide de los hongos alucinógenos, para tratar la ansiedad y la adicción, o para estudiar la neurobiología de las experiencias místicas, y, lo más acuciante, para que los pacientes de cáncer manejen mejor su situación. El doctor Ross, de NYU, señala que con una sola dosis estos enfermos experimentaron reducciones dramáticas e inmediatas en sus niveles de ansiedad y depresión, mejoras que se mantuvieron por más de seis meses y que les llevaron a perder hasta el miedo a la muerte. Que nunca han tenido algo tan efectivo en el campo psiquiátrico, afirma Ross.
Por si las moscas, aclaremos que no se trata de un remedio mágico contra el cáncer. Y que tampoco se equipara el asunto a comer hongos al amanecer, al estilo de La Esperanza, pues hablamos de especialistas que conducen experimentos controlados en cuanto a los enfermos voluntarios, a la dosis exacta de la droga sintetizada que se les suministra, a la supervisión del vuelo o ‘trip’ y a las conclusiones que se extraen.
En general, las posibilidades que surgen de la interacción entre esas drogas y nuestros subutilizados cerebros son increíbles, como lo sabe cualquier chamán, y sería recomendable que los asambleístas se peguen un vuelo antes de votar. A lo mejor aprenden algo.