Enestos días el papa Francisco visita México. Y entiendo yo que, a la luz de su intenso pontificado, de lo que anuncia y denuncia, este viaje apostólico no será un camino de rosas. Basta ver la agenda establecida para comprender que el itinerario a seguir responde a un diseño muy personal. No me imagino a los ideólogos del poder, expertos en esconder la realidad con tequila y mariachis, marcando las estaciones de semejante viacrucis.
El Papa irá a Ciudad Juárez, donde la peste del feminicidio victimiza impunemente a miles de mujeres; visitará Chiapas (¿se acuerdan del comandante Marcos y de la revolución zapatista?), la tierra de los indígenas que un día soñaron con una liberación que todavía no llega; e irá también a Michoacán, donde el narcotráfico campea a sus anchas, destruyendo vidas, haciendas y conciencias… Difícil lo tiene el Papa, rodeado por esa demagogia populista que siempre intenta tapar el sol con un dedo, afirmando a los cuatro vientos que todo va de maravilla…
Y, sin embargo, para muchos mexicanos de bien que, a pesar de tantos pesares, trabajan día a día para construir una vida y una patria mejor, este viaje, más allá de los protocolos oficiales, es un signo de esperanza, una oportunidad para encarar el futuro.
Hubo un tiempo en el que se hablaba del “milagro mexicano”, así de bien lucían las cifras oficiales de la macroeconomía. Poco a poco, el México profundo se impuso, dejando en evidencia las falencias solo maquilladas por un desarrollismo mercantil, injusto y depredador. En evidencia también quedó que a los hombres y a los pueblos no los cambia la economía y, menos, la economía financista y especulativa, sino la moral y, por supuesto, la fe del evangelio, la que no pacta con los poderes de este mundo. Hablo de la fe que libera el corazón humano y empuja al hombre a cambiar de vida, a buscar sin denuedo el bien, la verdad y la belleza, no solo para las élites, sino para todos, comenzando por los empobrecidos de la Tierra.
Sin duda que la visita del Papa, en este México lindo y querido de luces y sombras, será multitudinaria, un evento mediático de primer orden con inevitables ribetes políticos. Más de uno intentará arrimar el ascua a su sardina, pronunciando, una vez más, palabras halagadoras y huecas, tan piadosas como evasivas… Sobre ellas prevalece el grito de los inocentes, de las madres que todavía buscan a sus hijos, de los hijos que cruzan la frontera, anegados en el mar de la ilegalidad, víctimas de un sistema excluyente, que sabe servirse de la mano de obra barata, pero incapaz de reconocer derechos…
Gracias a Dios, el santo padre tiene un oído muy fino, capaz de escuchar los gritos y los susurros y de distinguir los cantos de sirena de las palabras verdaderas. Añádase a ello la capacidad de trasladar al mundo los desafíos que nacen del dolor. ¡Que la Virgen de Guadalupe acompañe al peregrino!