Abril del 2005: fue un creciente viento de esperanza y bronca colectiva que invadió avenidas y plazas; se metió en los hogares y en la piel de la gente arrinconando a un poder desgastado y abusivo, desalojándolo de palacio. Autoconvocatorias, pitos, movilización, bombas lacrimógenas; pero también juego, creatividad, alegría. Niños, abuelos, familias salieron a engrosar las filas de los inconformes. Los jóvenes tuvieron clases intensivas de democracia, ciudadanía y política que quedaron en su conciencia para toda su vida.
Fue una movilización sin motivaciones económicas, fue una ebullición social, ética, estética, lúdica y política. También electrónica, los celulares se convirtieron en arma de lucha. La ola crecía a medida que el poder en la desesperación organizaba contramarchas, provocaba a la gente cada vez más indignada… el gobernante se ponía la soga al cuello… la fuerza pública más allá de cualquier exceso, no atizó la violencia. Quito, una vez más, concurría a la cita histórica de destronar a dirigentes ilegítimos. Y lo logró.
Derechos, justicia, no corrupción, estabilidad, fueron algunas de las banderas; pero también fue el pedido de una nueva y honesta manera de hacer política. “Fuera todos” fue la principal consigna. Ningún político conocido fue aceptado en las filas forajidas. Un actor colectivo emergió sin líderes.
Sin embargo, decantada la ebullición, oportunistas se montaron en la ola de esperanza y en las nuevas condiciones de gobernanza. La Revolución Ciudadana, integrada por algunos exforajidos, en los primeros años de gestión, sintonizó con algunas de las demandas centrales del movimiento forajido.
A los 10 años, luego de la borrachera consumista del mal manejado segundo ‘boom’ petrolero, retorna el fantasma forajido, cuyas banderas todavía están intactas. Pero son banderas desaliñadas por la propaganda de una revolución que dejó de ser ciudadana, para convertirse en un populismo derrochador, modernizante y autoritario.
Como en el 2005, la gente siente que las malas mañas de la vieja partidocracia están vivas: probables abusos de recursos públicos, manejo errático de la economía en beneficio de poderosos grupos, incremento de clientelismo; pero con nuevos componentes: devastación del tejido social, arrogancia, concentración de poder y creciente sospecha del nacimiento de “nuevos ricos”.
A diferencia del 2005, a más del desencanto, la gente siente topados sus bolsillos y tras medidas como las del seguro social la indignación aumenta. Quito despierta, como Cuenca y otras ciudades… De cara al primero de mayo, el poder no debería provocarlas organizando contramarchas como el Coronel en el 2005. El resultado podría ser que la ola de inconformes se agigante.
La ebullición no es suficiente. Decantada, otros oportunistas estarán prestos a utilizarla.