Las mil caras del caudillismo

De confirmarse los resultados que arroja el Tribunal Supremo Electoral de Bolivia, el presidente Evo Morales se quedará con las ganas de eternizarse en el poder.

La molestia de este líder carismático es notoria. No ha dudado en buscar en la opinión pública a los responsables de su aún no consentida derrota, al punto de ya pensar cómo regular las redes sociales para evitar a futuro otra “guerra sucia”.

El referendo boliviano del domingo puede calificarse de histórico en América Latina porque habrá frenado al caudillo, pero no necesariamente al caudillismo.

Es en este punto donde las declaraciones del vicepresidente Álvaro García Linera, en el sentido de que las celebraciones anticipadas de la oposición a lo mejor derivan en llanto, pueden ser proféticas.

La discusión, este momento, en Bolivia (y también en otros países de la esfera bolivariana como Ecuador) no solo debe versar sobre la invalidación de una nueva candidatura para Morales sino en la permanencia de su modelo político.

A lo mejor Morales, como también ocurrió con Rafael Correa y su atropellada transitoria para edulcorar la enmienda que dio paso la reelección indefinida, no podrá ceñirse la banda presidencial luego de las próximas elecciones. Pero eso no quiere decir que Bolivia tenga en el 2020 un gobierno de distinta tendencia.

A diferencia de los populismos del siglo XX, los actuales fueron mucho más hábiles porque diseñaron sistemas políticos que, por estar a su medida, les garantizan el control del poder. En Venezuela no importa que el heredero del caudillo ejerza un gobierno desastroso puesto que sus ‘instituciones’ le permiten hacerlo sin contrapesos.

El caudillismo del siglo XXI tiene mil caras y una de ellas seguramente estará en las papeletas electorales de Ecuador y Bolivia. Por eso, lo que realmente cabe preguntarse es cómo y con quiénes pretenderían gobernar Lenín Moreno o Álvaro García.

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