Que si inversión. Que si gasto. Que si ahorro. Seguramente para definir esas palabras basta acudir a la humilde economía casera y al sentido común. Lo que se ha gastado demás en la fiesta de 15 años o en el bautizo, con comida, disco móvil y con deuda incluida además del chuchaqui que amerita el botar la casa por la ventana, por supuesto, es gasto y no se llama de otra manera. Lindo. Pero gasto.
El pagar la educación de los hijos y un techo donde vivir, ha de ser lo más cercano a la inversión. Y los centavitos guardados en caso de emergencia, ahorro.
En el país claro que hay inversión. Negarlo sería estar ciegos: escuelas, hospitales, carreteras, parques, algún museo o biblioteca, infraestructura nueva para instituciones que dan atención al público -como el Registro Civil- que eran una desgracia antes de la inversión, imposible negarlo.
Pero que hay gastos, hay gastos, gastos que han sido a manos llenas. Y además, muchos de ellos, inútiles, tan inútiles que más se asemejan al despilfarro. Entre ellos, cubrir de césped sintético a los parques de los pueblos y a las canchas de las escuelas; construir un museo que a las dos semanas de inaugurado hay que convertirlo en instituto para que se justifique la obra; horas de propaganda en televisión, radio, Internet y campañas publicitarias fuera del país; publicaciones de lujo en papel cuché, full color, que se distribuyen gratuitamente en las rendiciones de cuentas de toda institución pública y que terminan en tachos de basura; medios de comunicación incautados que no se venden y que hay que mantener para que produzcan; carros de lujo en los que se mueven los funcionarios, helicópteros, consultorías inútiles, comisiones y otras linduras; facturas prestadas al 20% del monto total de un contrato; errores de cálculo, falta de estudios técnicos en las obras que luego encarecen el presupuesto programado.
Inversión: salarios de médicos, sueldos de maestros, capacitación de maestros, atención a discapacitados, medicinas para cubrir las necesidades en los hospitales públicos, alcantarillado y agua potable en ciudades donde no había.
Gastos: sobreprecios en las obras, letreros con los que se promocionan las obras, sueldísimos de los personeros de las flamantes universidades; viáticos, viajes, parafernalia, pantallas gigantes; fiestas patronales, provinciales, cantonales y parroquiales en donde se regalan desde vehículos hasta cirugías estéticas a las reinas de belleza, se contratan cantantes a precios exorbitantes y toda clase de pirotecnia.
Llámese gasto a los buses contratados para las marchas, contramarchas y mítines políticos con sánduche incluido o a las obras que se hacen y al poco tiempo se deshacen porque no estuvieron bien hechas desde el principio.
Decir que en el país no se ha invertido sería estar ciego. Pero tampoco se puede negar que se ha gastado a manos llenas, como si nos hubiésemos sacado la lotería. Y que ahora empieza el chuchaqui.