El primer ministro de China, Li Keqiang, se halla de gira por el subcontinente. En su afán de extender y profundizar los lazos comerciales y políticos con esta región, se encuentra visitando cuatro países: Chile, Perú, Colombia y, por supuesto, Brasil. Llama la atención que en su agenda de viaje no se encuentren, al menos en esta ocasión, los Estados que son los impulsores de la Alba.
Que cualquier país con ínfulas de construir un liderazgo mundial visite Brasil no debe extrañar a nadie. El gigante sudamericano, por su población y tamaño, es un actor imprescindible con el que se debe contar y afianzar alianzas, si se quiere tejer un entramado en que la influencia del país asiático por este lado del mundo sea cada vez más fuerte. Sin embargo, no se puede dejar de reparar que en esta visita se ha privilegiado la atención a países que, más allá de los matices de sus gobiernos, han impulsado un modelo aperturista que ha optado por atraer capitales para desarrollar sus países, estrategia que a juzgar por los resultados en cuanto a captación de recursos foráneos ha tenido más éxito que aquellos que han preferido cerrar sus economías creando barreras, en ciertos casos insalvables, que han desestimulado la inversión.
A todas luces es relevante que el funcionario chino ha dejado, por esta vez, fuera de su agenda a la Argentina y Venezuela. Nada más ni nada menos que las dos más importantes economías del subcontinente luego de Brasil. Ni hablar de nuestro país que, pese a que casa adentro conocemos que hoy por hoy constituye el mayor prestamista extranjero, en el conglomerado económico sudamericano no tiene el mismo peso que los países antes mencionados.
Es claro que China construye su área de influencia más allá de las aproximaciones o simpatías de orden político. Lo que se ha dicho siempre, una vez más se configura en su absoluta realidad: los países no tienen amigos sino intereses. En este caso, si se quiere extender la influencia, no se observa el comportamiento político sino que las empresas chinas puedan realizar buenos negocios allá en los países donde exista una economía dinámica en marcha, que no ponga cortapisas a la inversión. Lo demás es simple retórica.
Cuánto desearían algunos países estar en el trayecto programado de la visita. Habría sido una oportunidad interesante tener la ocasión para hablar de los proyectos que necesitan fondos para que puedan arrancar de una vez por todas. Pudo haber sido un espaldarazo a esos gobiernos. Pero, al parecer, este momento o no era el oportuno para el Primer Ministro chino, o las cancillerías de esos países no se movieron de manera suficientemente ágil para conseguir una escala, a toda vista de gran utilidad. En rencillas verbales con los países desarrollados de Occidente, fuera de la agenda del alto representante del Gobierno de China nos seguimos contemplando al espejo, resbalando a una peligrosa autocomplacencia.
El riesgo de ser invisibles hacia todos los lados puede salir muy caro.
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