El Gobierno sabe dos cosas. Una es que el presidente Correa goza aún de enorme popularidad y otra, que a pesar de ello, si el pueblo ecuatoriano es consultado sobre la reelección indefinida el oficialismo recibiría un resultado negativo. Aquello, en este momento; si la consulta se diera de inmediato. Por ello, el Gobierno conoce un asunto adicional: que le es necesario, imprescindible para ser más exactos, generar cualquier hecho o situación, que cambie radicalmente esta tendencia y que produzca en la mayoría un cambio de opinión sobre el deseo del grupo gobernante de perpetuarse en el poder. El oficialismo conoce que debe generar alguna maniobra para que los ciudadanos consideren que la permanencia de Rafael Correa en la presidencia es un imperativo ineludible del que dependería la vida o muerte del país.
El fantasma de la restauración conservadora le resultó insuficiente.
Fue poco creíble. La gente no come cuento fácilmente y las historias de terror ya están un poco pasadas de moda. El Gobierno requiere, por tanto, de algo más pesado, de algo más contundente, que cambie radicalmente el escenario y le permita recuperar aire respecto a su prioridad de reelegir al Presidente en el 2017. De lo contrario, el andamiaje de poder creado en los últimos siete años se vendría abajo y nuestro país recuperaría la democracia. ¡Qué horror!
¿Pero qué podría ser aquello? ¿Con qué maniobra el Gobierno encontraría la fórmula para que los ciudadanos se traguen la rueda de molino de la enmienda constitucional? ¿Será el presente enfrentamiento y amenaza sobre el alcalde Nebot la maniobra con la que el oficialismo espera rehacer el ajedrez político ecuatoriano? ¿Será esta decisión judicial la movida que unificará en torno al Presidente a todas las fuerzas del bien en contra de la derecha, el anticristo, la oligarquía y la personificación misma del demonio? No podemos saberlo a ciencia cierta. Lo único claro es que los vientos de la revolución ciudadana no soplan como antes, que su pólvora está mojada y que la capacidad seductora del paraíso prometido ya no tiene el mismo brillo. Por ello, los ecuatorianos debemos esperar cualquier cosa en los meses venideros; debemos prepararnos para cualquier sorpresa. Lo imposible podría ocurrir porque así lo requiere el poder y su sed insaciable. ¿O alguien imaginó jamás que el Alcalde de Guayaquil podría enfrentar un proceso judicial como el que ahora se le ha montado? Si aquello no funciona algún otro recurso aparecerá.
Mientras tanto, nuestro país no sale de la politiquería barata.
Mientras tanto, nuestro Ecuador no bebe del agua de una Política con mayúsculas. La politiquería ecuatoriana se nutre solo del escándalo, de la farra, de la confusión. La revolución ciudadana, que prometió refundarnos, está sentando cátedra de una politiquería fácil, que se resuelve en los juzgados, que usa sentencias y amenazas de órdenes de prisión para desviar la atención o eliminar a adversarios. Así los ciudadanos jamás volverán a creer en los políticos y, eternamente, seremos presa de mártires, mesías o santos pero no de políticos responsables que rindan cuentas por sus actos.